Osos frente al altar: la primera comunión

Cuando tenía como diez años empecé a cantar en el coro de la iglesia, a los doce dejé de ir porque a mi yo adolescente no le gustaba verme cantar ahí, después regresé como a los dieciséis y pues ahí sigo. La verdad es que no tengo una gran voz ni nada por el estilo, sólo me gusta mucho cantar y me cae muy bien Dios, sin embargo, eso de cantar en el coro me ha hecho partícipe de unos osos que vale la pena contar.

El primero fue cuando me pidieron cantar para una primera comunión; llegó a mi casa muy campante una amiga de mi mamá a decirme que sus hijos iban a hacer la primera comunión y pues necesitaba que alguien cantara para que no quedara tan desangelado el asunto. Como mi mamá también canta en ese coro pues nos invitó a las dos, le explicamos que no teníamos ni guitarra ni nada por el estilo y que aun teniéndola estaba muy cañón que ella y yo ensayáramos algo para el día siguiente a las once de la mañana (eran como las seis de la tarde).

«Es que yo las he oído en el coro y cantan muy bonito, no importa que sea sin música», o sea a capela. Total, dijimos que sí, entonces mi mamá y yo nos pusimos a buscar todas las hojas de cantos religiosos que teníamos y empezamos a ensayar; hasta eso no nos oíamos tan mal.

Al día siguiente llegamos a la iglesia, hasta nos vestimos del mismo color para que pareciera que sí la armábamos y empezamos a cantar el canto de entrada: ¡Qué alegría cuando me dijeron «vamos a la casa del Señor»! Laralalala… Yo iba por acá, mi mamá por allá y el cura, dizque ayudándonos, por acullá. Pero bueno, la misa empezó y el problema apareció cuando nos dimos cuenta que no sabíamos bien cuándo debíamos empezar a cantar, pues cuando lo hacíamos dentro del coro la directora nos decía dónde, cuándo y demás, pero estando solitas, ni cómo hacerle, así que nos atrasábamos, adelantábamos, el padre nos callaba, nos indicaba que cantáramos, en fin, así nos la llevamos toda la misa.

Lo triste, divertido o cómo lo quieran ver es que yo no pude evitar reírme de mi desfiguro, eso de formar parte del coro lastimero de «La Guayaba y la Tostada», por darle algún nombre, me causó una risa de esas que deben evitarse cuando se va a misa. El problema mayor surgió cuando contagié a mi mamá y empezó a reírse también, al punto que nos costaba mucho trabajo disimularlo, y por lo tanto, cantar. Tomando en cuenta que no lo habíamos hecho muy bien que digamos, pues muertas de risa la cosa era peor.

Total, la misa terminó, pudimos ir en paz, cantamos el canto de salida y cuando ya nos íbamos, el padre nos volteó a ver y se rió con nosotros, ¿o de nosotros? No sé. Afuera de la iglesia, la amiga de mi mamá, la de los niños de la primera comunión nos dio las gracias de una forma muy linda y sincera, intenté pensar que era sarcasmo pero no, la neta es que sí estaba agradecida de nuestro oso, de hecho hasta nos dijo así muy emocionada: «¡están en el video!». No bueno…

El oso número dos me pasó en la boda de mis papás, sí yo no fui a ese casamiento en la panza de mi mamá como muchos acostumbran, yo entré caminando, me senté en las bancas del coro, y canté en un coro hechizo conformado como por tres, pero bueno esa es otra historia para otra ocasión.

FIN

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