Corriendo tras el conejo blanco

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Ilustración original de John Tenniel.

Para Fer

Nací en el País de las Maravillas y mi papá es el conejo blanco. «¡Es tarde ya, es tarde ya!», todo el tiempo, siempre corriendo; saltando de un renglón a otro de la agenda, incluso entre los cuadritos que aún quedan vacíos. ¿A dónde vamos?, ¿por qué tanta prisa? El destino casi siempre era un espacio, un silencio rellenado por una hora de café, otras veces por una junta improvisada y otras más, por nada.

¡Sube, baja, métele ganas! El objetivo de la prisa era una interrogante… Después de caminar media hora a paso veloz y cruzar dos avenidas arriesgando la vida, supe de mi paradero: vamos a «echar la hueva al Sanborns». Abría la puerta de cristal, esta tienda aparecía como un oasis en medio del desierto, como la meta tras la pista de una carrera de obstáculos llena de instrucciones.

Atravesaba la tienda, pasaba por las revistas, ya todo era paz y tranquilidad, me sentaba en la mesa y le pedía a la mesera una concha a la plancha para mí y un danés de nuez para él. Tomábamos café hasta quedar locos, nunca llevé la cuenta de las tazas, pero eran muchas para una niña de 10 años. En esos momentos, el conejo blanco experimentaba una transformación, se iban las orejas y la cola, aparecían la corbata, los lentes y el sombrero. Pero a los 50 minutos, ni un segundo más, ni un segundo menos, el hechizo terminaba y el conejo blanco volvía a su lugar: ¡Es tarde ya! ¡Es tarde ya!

Yo no quería irme, el reloj de ese conejo era un verdugo insportable que ponía fin a los momentos felices. Después, el reloj fue derrocado, perdió su poder y fue sustuído por el teléfono celular, aún más exigente: primero fue el Nokia que tenía el juego de la viborita, después el teléfono con cámara que tomaba fotos familiares en tamaño infantil; más tarde llegó el smartphone primitivo y finalmente, el Android con mil notificaciones, todas con el poder de activar al conejo blanco.

Es tarde ya… Es tarde ya; yo sólo le seguía la corriente y terminaba en situaciones en las que nadie normal tiene por qué estar. Yo realmente pensaba que tenía una cita con la Reina de Corazones, lo peor, o lo mejor del caso, es que a veces era cierto.

Andrea

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