#DePoemas: Homenaje a Juan de Dios Peza

Conocí a Juan de Dios Peza cuando tenía seis años; mi papá me regaló un libro de poesía que incluía varios de sus poemas, desde ese momento quedé fascinada con «Juan y Margot», «Este era un Rey», «Fusiles y Muñecas» y «Reir Llorando». Me los aprendí de memoria, los declamé en el colegio, los hice míos.

Si ya la obra de Juan de Dios Peza me fascinaba, cuando leí Post-umbra me enamoré, un poema sobre un amor perdido y una carta vieja, sobre un caballero cuyo regalo de amor fue respetar el anonimato de su amada: «Es el beso un paraíso por donde muchas entramos al infierno», así dice uno de sus versos, una de las frases más sublimes de toda la obra de Peza.

Hasta la fecha había leído y releído muchas veces sus poemas, sin embargo, nunca me había preguntado sobre la vida de este sujeto: ¿Dónde nació? ¿Quién fue? ¿A qué se dedicaba? Quién sabe…

Seguí la ruta fácil, entre a Google y di con Wikipedia; había apenas unos cuantos párrafos, poco hay de su vida, parece ser uno de esos poetas con quienes la historia ha sido ingrata. Poeta, político y escritor mexicano, dice en el primer renglón, apenas acabo de enterarme que el tal Juan de Dios fue mexicano, y nadie lo sabe.

Aunque los poemas de Juan de Dios Peza se leen y declaman en todas las primarias del país porque muchos forman parte de los emblemáticos libros de la SEP, más sabemos de Rubén Darío, y aunque con él tenemos en común la Patria Grande, el Sistema Educativo de este país debería enseñar más sobre la vida de quienes han hecho poesía de este país: nuestros poetas no sólo han sido Amado Nervo ni Sor Juana, hay más ¿qué hay de Efraín Huerta, de Jaime Torres Bodet, de Alfonso Reyes o de Manuel Acuña? Nombres hay muchos, versos hay más.

Total, en mi búsqueda sobre Juan de Dios Peza, además de enterarme de que era mexicano, supe que fue un hombre con estudios de medicina y agricultura, pero que aún así llegó a formar parte de la Academia Mexicana de la Lengua. También se cuenta fue fue un gran amigo de Manuel Acuña, a quién veía como un hermano.

Juan de Dios Peza era un pensador liberal, aunque para bien o para mal, no llegó a ver estallar el grito de la Revolución, pues falleció unos meses antes, el 16 de marzo de 1910.

La obra de este poeta poco homenajeado ha trascendido los límites del español y ha sido traducida al ruso, al alemán, al portugués, entre otros.

Para recordarlo un poco, les dejo aquí abajo el poema de Postumbra, espero que cuando lo lean se enamoren tanto como yo:

 

Post-umbra»

Con letras ya borradas por los años,
en un papel que el tiempo ha carcomido,
símbolo de pasados desengaños,
guardo una carta que selló el olvido.

La escribió una mujer joven y bella.
¿Descubriré su nombre? ¡no!, ¡no quiero!
pues siempre he sido, por mi buena estrella,
para todas las damas, caballero.

¿Qué ser alguna vez no esperó en vano
algo que si se frustra, mortifica?
Misterios que al papel lleva la mano,
el tiempo los descubre y los publica.

Aquellos que juzgáronme felice,
en amores, que halagan mi amor propio,
aprendan de memoria lo que dice
la triste historia que a la letra copio:

«Dicen que las mujeres sólo lloran
cuando quieren fingir hondos pesares;
los que tan falsa máxima atesoran,
muy torpes deben ser, o muy vulgares.

»Si cayera mi llanto hasta las hojas
donde temblando está la mano mía,
para poder decirte mis congojas
con lágrimas mi carta escribiría.

»Mas si el llanto es tan claro que no pinta,
y hay que usar de otra tinta más obscura,
la negra escogeré, porque es la tinta
donde más se refleja mi amargura.

»Aunque no soy para sonar esquiva,
sé que para soñar nací despierta.
Me he sentido morir y aún estoy viva;
tengo ansias de vivir y ya estoy muerta.

»Me acosan de dolor fieros vestigios,
¡qué amargas son las lágrimas primeras!
Pesan sobre mi vida veinte siglos,
y apenas cumplo veinte primaveras.

»En esta horrible lucha en que batallo,
aun cuando débil, tu consuelo imploro,
quiero decir que lloro y me lo callo,
y más risueña estoy cuanto más lloro.

»¿Por qué te conocí? Cuando temblando
de pasión, sólo entonces no mentida,
me llegaste a decir: «te estoy amando
con un amor que es vida de mi vida».

»¿Qué te respondí yo? Bajé la frente,
triste y convulsa te estreché la mano,
porque un amor que nace tan vehemente
es natural que muera muy temprano.

»Tus versos para mí conmovedores,
los juzgué flores puras y divinas,
olvidando, insensata, que las flores
todo lo pierden menos las espinas.

»Yo, que como mujer, soy vanidosa,
me vi feliz creyéndome adorada,
sin ver que la ilusión es una rosa,
que vive solamente una alborada.

»¡Cuántos de los crepúsculos que admiras
pasamos entre dulces vaguedades;
las verdades juzgándolas mentiras
las mentiras creyéndolas verdades!

»Me hablabas de tu amor, y absorta y loca,
me imaginaba estar dentro de un cielo,
y al contemplar mis ojos y mi boca,
tu misma sombra me causaba celo.

»Al verme embelesada, al escucharte,
clamaste, aprovechando mi embeleso:
«déjame arrodillar para adorarte»;
y al verte de rodillas te di un beso.

»Te besé con arrojo, no se asombre
un alma escrupulosa y timorata;
la insensatez no es culpa. Besé a un hombre
porque toda pasión es insensata.

»Debo aquí confesar que un beso ardiente,
aunque robe la dicha y el sosiego,
es el placer más grande que se siente
cuando se tiene un corazón de fuego.

»Cuando toqué tus labios fue preciso
soñar que aquél placer se hiciera eterno.
Mujeres: es el beso un paraíso
por donde entramos muchas al infierno.

»Después de aquella vez, en otras muchas,
apasionado tú, yo enternecida,
quedaste vencedor en esas luchas
tan dulces en la aurora de la vida.

»¡Cuántas promesas, cuántos devaneos!
el grande amor con el desdén se paga:
Toda llama que avivan los deseos
pronto encuentra la nieve que la apaga.

»Te quisiera culpar y no me atrevo,
es, después de gozar, justo el hastío;
yo que soy un cadáver que me muevo,
del amor de mi madre desconfío.

»Me engañaste y no te hago ni un reproche,
era tu voluntad y fue mi anhelo;
reza, dice mi madre, en cada noche;
y tengo miedo de invocar al cielo.

»Pronto voy a morir; esa es mi suerte;
¿quién se opone a las leyes del destino?
Aunque es camino oscuro el de la muerte,
¿quién no llega a cruzar ese camino?

»En él te encontraré; todo derrumba
el tiempo, y tú caerás bajo su peso;
tengo que devolverte en ultratumba
todo el mal que me diste con un beso.

»Mostrar a Dios podremos nuestra historia
en aquella región quizá sombría.
¿Mañana he de vivir en tu memoria…?
Adiós… adiós… hasta el terrible día».

Leí estas líneas y en eterna ausencia
esa cita fatal vivo esperando…
Y sintiendo la noche en mi conciencia,
guardé la carta y me quedé llorando.

 

 

 

 

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