Tu cuerpo de piedra esconde un espíritu de agua,
tus ojos grises guardan una mirada colorada,
con la que tú, Ciudad linda, me ves cada mañana
mientras me despiertas con el trajín de tus zapatos.
A lo lejos se escucha el sonar de tus tacones,
elegante y vanidosa, así eres, Ciudad coqueta.
Con ellos recorres Paseo de la Reforma
y dejas ver en Insurgentes toda tu belleza.
Te levantas temprano para que Dios te ayude,
pues cada día gracias a sus milagros vives.
Antes del alba ya está caliente el champurrado
listo para endulzar el sabor de los tamales.
Es tu luna de la madrugada quien alumbra
a los ambulantes cuando inician su jornada
en sus puestos de licuados y fruta picada,
de taquitos, tortas de tamal y chilaquiles.
Además de madrugadora eres desvelada
tienes alma de joven inquieta y parrandera;
en la Roma y en la Condesa siempre tienes fiesta
y razones para alzar el tarro de cerveza.
Histérica y hermosa, así eres, mi Ciudad bella,
tienes espíritu cambiante y cuerpo de mujer,
sonríes en la mañana y lloras en la tarde,
tu humor cambia cada día al ritmo de tu clima.
Algunas veces eres ligera como pluma,
otras muy pesada, como el plomo de tus aires.
Misteriosa, cíclica e inexplicable, así tú eres
ciudad negra, blanca, rosa y traicionera.
Cuando llueve, tu furia de agua se rebela,
tu naturaleza es de canales y calzadas.
Aunque pasen los años y te cubras con cemento,
nos recuerdas que todavía te llamas Tenochtitlan.