Duele la vida, duele todo, dueles tú.
Quiero llorar y ya no hay lágrimas,
sigo de pie, pero me estoy muriendo.
Estoy enferma de amor, estoy enferma de ti.
Siento sueño pero en la noche no duermo,
mas en la madrugada me secuestra Morfeo,
quien a la tierra me regresa violento.
Me despiertan las pesadillas, me levantan los sueños.
Acostada sigo con los ojos abiertos,
con las pupilas hechas vidrio por haberte llorado
y en la mañana me levanto con los párpados negros.
Dejo mi cama con una náusea en el cuello,
es el deseo de ti y no te tengo.
En la calle voy caminando y me pierdo.
Leo tu nombre en las señales de tránsito.
Encuentro tu cara en medio del Metro.
Escucho tu voz entre el hablar de la gente.
Esto es delirio, esto es demencia.
Esta enfermedad, ¡maldita limerencia!
Mi mano duele porque ha buscado la tuya.
Y no la ha encontrado nunca.
Duelen las rodillas, duelen los brazos,
También el pecho congestionado y las piernas.
Duele todo, ya te dije, ¡duele la vida!
No puedo leer porque mis ojos están secos.
No puedo pensar porque mis neuronas se fueron.
No puedo hablar porque de tus labios carezco.
Busco quien me cure, no hallo quien me reviva.
Pido que salga de mí esa limerencia sufrida;
Enfermedad de locos, malestar de poetas,
dicen que se instaló en el corazón de Neruda.
Siento la piel fría, el estómago caliente.
Se cae un cabello, después otro, pero no duele.
El espejo empieza a mostrarme mis huesos,
y esta limerencia, sonríe satisfecha.
He perdido la cabeza, también mi nombre,
pues me llamo, como me nombra tu mente
pero no sé cómo, pues jamás me lo has dicho.
Ya no tengo nada, te di mi vida.
Y eso era lo único que tenía.
A veces una taza de café me levanta,
otras no encuentro remedio que borre los síntomas,
más que a los ojos verte o imaginar tenerte.
Esa es mi droga, mi poción maldita.
Tanto se habla de las enfermedades
que por amor se transmiten
pero nadie habla de esta,
de la estruendosa limerencia.
¿Cómo si sus síntomas no dolieran?
¿Cómo si para tratarla drogas no se necesitaran?
En fin… Me duele todo, me duele el aire.
Ni los filósofos de la Antigua Grecia,
ni los galenos de Roma, ni los ilustrados
hablaron de esta cruz pesada y dura.
Sólo el grande Ibn Sina habló de ella,
le llamó Mal de Amores
y en árabe escribió de ella.
Las letras se borraron; sabiduría olvidada.
Después llegó Tennov y le nombró «limerencia».
Hermosa palabra, hermoso trastorno.
Me persigues y me persigues.
No te sales, ni de la piel ni de la mente.
En ningún momento te olvido,
en ningún instante te pierdes.
Pero, ¿cómo olvidarte
si esta vida me recuerda a ti?
Limerencia incansable sal de mí,
o si te es más fácil, déjame morir.
AF
México D.F.
Bajo el amanecer y frente a Dios
14 de junio de 2016
Hermoso texto sobre la constante de la vida: Mal de amores.
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❤
Gracias por leer.
Un abrazo. 🙂
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