Detrás de México hay muchos «Méxicos»:
algunos son grises y otros coloridos,
algunos se aman, otros se odian
pero otros más ni siquiera se conocen.

Al alba nace el México de los «Godínez»,
de quienes buscan un sitio en el metro y en la vida.
Antes despierta el México de los estudiantes
que diario apuestan sus horas de sueño al futuro incierto.

En la madrugada vive el México de los comerciantes,
en la noche el de los vigilantes y los desgraciados.
En otras horas existe el México de los políticos,
en otro universo, en otra tierra, en otro México…

Tenemos también el México de los migrantes,
de las mujeres que llegan a la frontera sin zapatos,
de los hombres que en el camino pierden todo
y de los niños que esperan tener nombre.

En las playas está el México de los turistas,
también en las pirámides y en los pueblos mágicos.
Ellos a veces ven más Méxicos que los mismos mexicanos,
ellos temen ser atacados por los otros Méxicos.

En las ciudades vive el México de los empresarios,
honrados y corruptos, oportunistas y trabajadores.
En el campo vive el México de los ejidatarios
que vive aún de las cenizas de Zapata.

En las carreteras a veces encontramos otro México,
el México negro de la mafia, el de los narcotraficantes,
el mismo de las víctimas y victimarios
el México que nadie ve viajando en camionetas.

También vemos el México de quienes se han ido,
quienes han dejado la patria a cambio de algo nuevo;
algunos salieron en busca de centavos,
otros en espera de de ser entendidos en otra lengua.

Así, detrás de México hay muchos «Méxicos»,
algunos son tan silenciosos que no los escuchamos,
otros tan incoloros que pocas veces pueden verse
y otros más, simplemente se han perdido.

¿Algún día podrán entre todos conocerse?
¿Algún día todos ellos podrán llamarse sólo «México»?
Quizás nazca alguna generación que lo reclame,
quizás aún exista el águila para contarlo.