La entrada al Cielo se veía como la entrada al Metro Auditorio en viernes de quincena con lluvia: mojada, enlodada, hasta el moco, horrible. No había forma de moverse, ni para atrás ni para adelante, si uno se salía e intentaba otra forma de pasar la garita del más allá no había manera; tomar un taxi no era viable: «no voy pa’allá», decían los taxistas; «sólo llego nomás al Purgatorio», decían los choferes de las «micros». ¿Pedir un Uber? No, ni al caso; las tarifas estaban hasta el infierno.
Total, no había forma. Al parecer la puerta estaba cerrada, tomada por los maestros del SNTE y sus ángeles de la guarda o quién sabe por quiénes… La cosa es que no se podía pasar. Pero bueno, cada vez llegaba más gente y ese desmadre se ponía más feo, de hecho, algunos estaban perdiendo su boleto para entrar debido a lo violentos que se ponían con tal de llegar.
La gente empezó a hacer amigos y a organizarse. De la nada, a un sujeto con playera de Pikachú, gorra, pelo negro y mochila se le «prendió el foco»: «si… la Biblia dice que sólo quienes sean como niños entrarán en el reino de los Cielos». Okey, toda esa marabunta debería empezar a comportarse como un grupo de maternal para poder pasar.
¿Cómo hacerle? Pues muy fácil, ¿por qué no inventar un juego que haga que todos, absolutamente todos, millenials y chavorrucos, hipsters y otakus, hipies y mirreyes, se pusieran a jugar como si fueran escuincles? Estaba difícil, porque todos los que estaban ahí embutidos eran muy diferentes, sin embargo tenían cosas en común: todos tenían teléfono celular y también, todos en su infancia, habían sido educados por la tele y por las promociones de Sabritas, así que lo único que había qué hacer era un juego que pudiera usarse desde el celular y que los conectara con su olvidado niño interior, ese devorador de caricaturas japonesas y de bolsas de papas, a través de las cuales se abastecía de calorías vacías y de tazos de Pokemón.
¡Ya estaba! La solución para que todos se portaran como niños babosos y entraran al cielo era inventar un juego de Pokemón para celular… A la fregada con los sermones de Josué Yrion, ese pastor evangelista que se convirtió en un exitoso YouTuber y protagonista de memes por andar diciendo que «el pókimon» (porque así le dice) era una cosa del demonio que hacía que los niños fueran promiscuos y violentos (si quieren conocer a este honorable señor aquí les dejo uno de sus videos más célebres). Lejos de esto, ahora atrapar pokemones sería como comprar indulgencias en la Edad Media.
El juego estuvo listo y fue todo un hit, incluso se puso de moda entre aquellos que todavía no tenían a nada a que ir al Cielo, o que nunca habían planeado asistir; incluso quienes tenían sus celulares llenos de aplicaciones pecaminosas prefirieron borrarlas y sustituirlas por Pokémon Go (así le pusieron a este jueguín).
Sin embargo, como todo lo que llega a este mundo, un día el juego pasó de moda y los humanos empezaron a borrarlo. Eso de atrapar pokemones con el celular pasó a formar parte de los libros de esoterismo y de las ciencias ocultas. Era hora de inventar algo nuevo, otra mafufada que le recordara a la gente grandulona que sólo quienes son como niños, entrarán al reino de los Cielos.