Son poco más de las nueve de la noche e intento escribir algo, hoy no es por vocación, es sólo un recurso para no llorar y mantenerme fuerte. Hoy es un día que me ha marcado para siempre, como a mi madre la marcó el 19 de septiembre de 1985, cuando perdió su patrimonio junto con el miedo. Hoy me tocó más leve, no perdí nada más que la serenidad, y eso ya es grave, los temblores no sólo movieron la tierra y derribaron edificios, también tiraron mi orgullo y mis ideas pendejas.
Hoy me sentí pequeña, como nunca en la vida; hoy recé como debería de hacerlo diario, me interesé por la gente como debería de ser siempre y abrí mi corazón mientras las tiendas se cerraban una a una. Hoy me cuestioné todo: ¿qué hago aquí?, ¿para qué estoy trabajando?, ¿qué tan importante es realmente lo importante? Hoy ya no me llamo Andrea, ni soy un ser humano, sólo soy un habitante más de la Tierra con los mismos derechos que una abeja y que una hormiga.
Carajo; ¿por qué tienen que pasar estas cosas para darme cuenta que la humanidad y el progreso son meras ilusiones, que mis metas, mis prioridades y mi agenda son simplemente espejismos? ¿Por qué somos así? ¿Por qué soy así?
Salí de la oficina y caminé hasta mi departamento más de 12 kilómetros, respirando instante por instante, mientras respondía mensaje por mensaje, en el camino vi de todo: edificios caídos, gente llorando, lo mismo que todos vieron; a mi paso escuché conversaciones que parecían sacadas del guión de una película de ficción; una vez más, ¿de dónde se obtienen todas las barrabasadas que aparecen en las películas? De la realidad, obvio.
En el camino le venía pidiendo a Dios por todos: por mis familiares, por mis amigos, por mis colegas, por mis vivos (por esos vivos que dejé salir de mi vida porque ya no tenían nada más que hacer en ella), por mis innombrables, por todos. «Señor, dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que sí puedo y sabiduría para reconocer la diferencia; hágase tu voluntad y no la mía», repetí unas dos mil veces.
Hoy respondí en cada uno de mis grupos de whatsapp, hasta en aquellos que siempre odio porque parecen canales de chistes misóginos. Hoy hablé con todos, hasta con quienes decidí no volver a hablar nunca, hoy no me importó ninguna historia más que la que se escribía en ese momento.
Hoy me enteré de los nombres y de las actividades de mis vecinos, hoy me quité las máscaras, hoy recordé que en este mundo sólo estoy de paso, en una especie de aeropuerto con salidas y vuelos indefinidos donde no se permite embarcarse con más equipaje que ese que uno lleva en el cerebro y en el corazón. En este aeropuerto no hay diferencia entre clases, todos son al mismo tiempo pasajeros y tripulantes, todos tenemos un pase de abordar con fecha indefinida. No sé si seré yo la siguiente en subir al avión. No sé nada, sólo sé que estoy aquí, y hoy más que nunca, para ustedes.
19 de septiembre, no termines, sigue enseñándome, sigue haciendo temblar mi sangre, mi corazón y mis prejuicios. Sígueme recordando que sólo estamos aquí por ahora, y por mientras.
Andrea.