Dicen que una mentira repetida 1,000 veces se vuelve verdad, y también dicen que una verdad a medias es una mentira completa… Entonces, te levantas en la mañana, revisas el celular, abres el Whatsapp, te encuentras con un video sobre cualquier tema; puede ser un chisme, un mensaje de ayuda o una noticia de emergencia… Da igual, tú lo reenvías, no sabes si se trata de una mentira o de una media verdad, pero en fin… Sin pensarlo le das «share», primero comparto y luego existo; esa es la máxima de ahora.
Esto no termina aquí; ya no es como antes. En el pasado, cuando alguien andaba por la calle o sentado en un bar diciendo tonterías sólo lo escuchaban tres o cuatro, quienes, cuando mucho, repartían esa misma basura con otros tres o cuatro y si no era muy importante, las cosas ahí morían. Normalmente, las personas tenían bien identificados a los chismosos; ya sabían a quienes había que creerles todo, a quienes sólo la mitad y a quienes sólo escuchar por compromiso.
Pero ahora no es así, hoy pasa que las babosadas no sólo llegan a tres o cuatro, hoy (gracias, Facebook; gracias, Whatsapp) todos tenemos que enterarnos de todo, hasta de cosas que nunca pasaron pero que alguien en medio del ocio inventó. O peor aún, nos enteramos de algo que sí sucedió pero mal, y además nos encargamos de compartirlo y de que otros más se confundan o vivan en medio de un cúmulo de información falsa y estresante.
Me pregunto cómo habría sido si el Whatsapp hubiese existido en la época en que a los que a los mensajeros de las malas noticias los mataban… creo que ya nos habrían fusilado a todos por estar compartiendo pendejadas (disculpen la palabra, pero hay gente que de verdad parece que no tuvo madre o no sé), como una señora que grabó un audio sin pies ni cabeza sobre la desgracia del Colegio Rébsamen en México y la compartió al por mayor, al parecer con el único fin de generar pánico y estresar a una ciudad que de por sí ya estaba con las glándulas adrenales trabajando a tope.
Pasó lo mismo con las noticias falsas y los montajes de edificios caídos. Pero esto no es nuevo, sólo que no había sido tan extremo: mensajes de que van a cobrar el Whatsapp si no reenvías a quince contactos, códigos de descuento falsos que lo único que regalan es un virus para tu celular, videos diciendo que te vas a morir por tomar de las botellitas de agua que te regalan en el Uber. En fin, no pasa nada, pero cuando hay una catástrofe y salta este tipo de información, el acto de compartir tonterías sólo porque sí, sin investigar, sin preguntar, sin criticar, es un asunto de vida o muerte que debiera estar prohibido o al menos, penalizado.
Siempre he sido una grinch de los grupos de «whats», y no es por asocial (bueno sí, un poco) sino porque me parecen unos hormigueros de desinformación y de pánico, por lo general todo mundo se mete ahí a compartir lo que les mueve o les estresa sin ningún tipo de respaldo.
Disculpen que hoy ande tan grumpy, pero me desespera un poco, o bueno; a veces mucho, lo peor es que algunas veces me he contado entre el ejército de desinformadores; sin pensar, he pecado de lo mismo e intento no volver a cometer errores así. Cada vez que voy a compartir una mala cosa me pregunto qué pasaría si aplicara la regla de matar al de la mala noticia, ¿valdría la pena? Si darle «share» implica salvar la vida de uno o miles, o al menos hacer alguien más feliz, yo creo que sí, pero si no, no tiene ningún sentido.
En fin… en esta época nos tocó vivir, en donde una mentira compartida mil veces se vuelve verdad, donde creemos que darle clic al botón de «share» nos convierte en héroes, cuando en realidad aquello que nos podría colocar en esta categoría sería dedicarle cinco minutos a investigar si el video o la foto que nos acaban de mandar y que de seguro compartiremos tiene algo de cierto, si es verdad; si no lo es, habrá que borrarlo, pero… si es verídico, habrá que reenviarlo cuanto antes, pues como toda verdad, nos hará libres.