Hace como diez o doce años tuve la felicidad de jugar el main draw de la desaparecida Copa Casablanca… Fue algo grande para mí, pude hacerlo gracias a un wild card que recibí, pues no habría podido hacerlo por mis propios méritos. Sabía que no tenía el nivel de las demás jugadoras, pero la oportunidad debía de aprovecharse.
Mi primer partido fue un 25 de diciembre a las 8 de la mañana en la cancha central. Si ganaba me tocaba contra la sembrada número uno del torneo, una niña danesa de apellido raro que, a diferencia de muchas otras jugadoras que a veces se ven demasiado estresadas, ella parecía feliz. Viajaba sola con su padre, un señor súper buena onda con quien me senté a platicar en la mesa del comedor del Crown Plaza Lancaster de Tlalnepantla, el hotel de los jugadores del torneo.
Le pregunté si podría entrenar con su hija un rato, me dijo que sí. Antes de mi partido pegué con ella como diez minutos. Fue increíble: cero mamonería, nada de actitudes pesadas, ella iba a lo que iba: a jugar. Se llamaba Caroline Wozniacki.
A la mera hora perdí: el miedo, el frío y mi contraria hicieron de las suyas. Caroline ganó, creo que no se llevó ese torneo pero siguió ahí siempre, llegó a ser número uno del mundo y el sábado por primera vez tuvo entre sus manos su primer título de Grand Slam.
Miss Sunshine, estoy feliz por ti… Un honor haberte conocido y aprender de ti, de tu carácter y de tu humildad, el tour necesita más jugadoras como tú. Una vez más, felicidades Caroline.
Andy, siempre has sido grande…
Enviado desde mi Samsung Mobile de Telcel
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