Ayer estaba platicando con mis papás sobre una bonita costumbre que existe en un reino lejano (muy lejano) (sarcasmo) del cual no diré su nombre porque quiero proteger su seguridad y la de sus habitantes, pues de saberlo cientos de personas se mudarían ahí mañana en busca de la felicidad que ofrece este paraíso gracias al «reciclaje», sí… reciclaje.
En este condado aún inexistente para el ojo de Google Maps se da un fenómeno muy interesante donde las personas acostumbran reciclar, y no me refiero a que sean muy ecológicas, apoyen a Green Peace y tengan una alimentación vegana. Aquí «reciclar» no sólo significa la acción y efecto de «someter un material usado a un proceso para que se pueda volver a utilizar»… o bueno sí lo es pero, tomando en cuenta que los materiales requeridos son personas, o mejor dicho parejas que incluyen desde el novio del kínder hasta el free de la prepa, incluyendo las aventuras con extranjeros de fin de semana, con quienes se tiene una ética y consideraciones muy diferentes.
Aquí el reciclaje es tan común que uno podría ir a visitar al habitante más antiguo del reino para preguntarle sobre el historial de un nuevo prospecto o consultar una red de Blockchain como si se tratara de un Buró de Crédito del amor, donde uno pudiera enterarse de sus antecedentes y evolución, así como de sus secretos del pasado ya borrados.
En este lugar nadie se inmuta de salir a la calle y encontrarse a su ex con otra amiga en una cafetería… porque #reciclaje, porque sólo existen dos cafeterías y porque el lugar es tan pequeño que incluso la cláusula de que los exnovios de las amigas son intocables fue derogada desde 1998 por falta de parejas y ciudadanos nuevos.
Una amiga muy querida vive ahí… guardaré su nombre también para proteger su privacidad y sólo la llamaré «Fer», actualmente es amiga de las exnovias de su actual novio, porque de no ser así es muy probable que no tuviera amigas… ni novio.
Para los hombres sucede muy parecido, es normal para ellos asistir a una fiesta y encontrarse con toda la galería de sus exnovias sentadas en una mesa conviviendo como si se tratara de un retablo con los retratos de todas las esposas de Enrique VIII (sólo que sin divorcios ni mujeres decapitadas). Nadie dice nada, ni jetas ni escenas, ahí aplican la máximas de «lo que no fue en tu año no te hace daño» y «la basura de unos (con todo respeto) es el tesoro de otros».
Esta mentalidad tan evolucionada que se practica en este lejano pueblo del tamaño de Liliput es admirada como una nueva tendencia hipster en todo el mundo, un ideal a seguir. El único problema allí es que el anonimato todavía figura como una fantasía con la que todos sueñan, no existe la opción de pagar una especie de VPN de la realidad para que nadie se entere de lo que haces, nada de eso… la vida es del dominio público, como lo es también la regla de que está permitido reciclar.
Andrea