El tenis y la vida (otra vez)

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Quienes han conocido la vida dentro del tenis, o en cualquier otro deporte, seguro saben que éste muestra colores que rara vez son visibles para el ojo de la vida diaria. Hay matices diferentes, el verde de una cancha es diferente al verde de otra y la arcilla no es de un único color ladrillo; las líneas a veces se notan más blancas, otras más gruesas. Lo mismo pasa con las emociones, hay cosas que sólo se viven en la cancha o en sus alrededores y cuesta mucho trabajo sentirlas en cualquier otra parte.

Me di cuenta de esto cuando tenía como 14 años, iba con mi padre en la carretera de Puebla a Cuautla saliendo de un partido. Recuerdo la escena:

ANDY: Papá, cuando juego y me enojo, me enojo mucho más que cuando me enojo en cualquier otro lado…

PAPÁ DE ANDY: Así pasa, por eso dicen que el deporte es el hermano menor de la guerra.

Fin de la conversación. Después descubrí que no estaba de acuerdo. No, el deporte no podía ser el hermano menor de la guerra sino todo lo contrario: el deporte es la espiritualización de la guerra, es donde los instintos bajos de conquista y dominación trascienden a algo más grande y hacen del hombre un ser más cercano a Dios. El deporte es a la guerra como el amor es al instinto conservación.

Buscar un lugar en el mundo a través de los caminos del deporte fue para mí más intenso que hallarlo en la experiencia cotidiana. La intensidad es otra, ningún día es igual, la vida de entrenar diario puede ser rutinaria pero la rutina no existe. Dedicar 10 años de mi vida al tenis fue como pasar diez años enamorada; un estado alterado de consciencia donde todo es intenso: las alegrías y los buenos tiempos son realmente felices, como un sueño sobre la tierra; pero las caídas realmente son duras, es muy fácil entender por qué a muchos les cuesta levantarse de una mala racha y por qué incluso hay gente que de ahí no vuelve.

Así lo fue, de los diez momentos más felices de mi vida, creo que ocho sucedieron alrededor de una cancha: la primera vez que le gané a mi mamá, la primera vez que pasé una ronda en un torneo «pato», la primera vez que entré «directo» al nacional, la primera vez que gané un punto WTA, cuando me dieron un Wild Card para el main draw la desaparecida Copa Casablanca… y muchas otras primeras, segundas o enésimas veces que nada tienen que ver con resultados.

Extrañamente, si intento hacer la lista de cosas más desagradables o tristes de mi vida ninguna tiene que ver con el tenis… creo que hasta las historias más malas cuentan como buenas. Hoy pensaba que cuando se acumula mucho tiempo sin jugar hasta extrañas hacer dobles faltas o la sensación del golpe mal hecho justo antes de que se te rompan las cuerdas a medio punto.  Nada es realmente malo si estás ahí, tener una raqueta en la mano es por sí sola una victoria… es ganarle al miedo, a la flojera, a la desidia, al tiempo y hasta tu propia mente.

 

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