Detrás de Andrea hay muchas “andreas”, todas son distintas, cada una tiene su voz, su conciencia y sus ideas, incluso su edad es diferente; la Andrea original nació en 1990, pero hay “andreas” de 90 años, otras de 15. Sin embargo, lo único que tienen en común todas estas mujeres que cohabitan en un cuerpo es que escriben con la misma letra.
Así me percibo… me cuesta trabajo definirme como una sola; en lo alto de mi cabeza habita la mujer creativa y profesionista, en las manos un intento de pianista, en las piernas vive una atleta que intentó con toda su alma ser tenista profesional, en el estómago una niña que le encantan las galletas y en los huesos una humilde persona enamorada. Todas ellas coexisten diariamente, a veces a la buena, otras a la mala. Pero definitivamente, la única manera que tienen de entenderse es escribiendo, es la poesía lo único en lo que se ponen de acuerdo. Lo más complicado es que entre más pasa el tiempo llegan más “andreas”.
Las primeras “andreas” se revelaron cuando yo tenía seis años, ahí comencé a escribir; mis poemas iniciales fueron cartas a Dios con promesas y requerimientos infantiles. Después mi padre comenzó a leerme poesía: “A Margarita Debayle” de Rubén Darío fue el primer poema que escuché y mi favorito desde siempre, le siguieron “Amor filial” de Amado Nervo y “La Niña de Guatemala” de José Martí:
«Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor
el volvió, volvió casado
ella se murió de amor.»
Tras escuchar estos poetas quise imitarlos y lo intenté; empecé hablando de la naturaleza y de la vida desde la perspectiva de una niña. Después llegó la adolescencia junto con los primeros poemas de amor escritos para nadie, ahí dejé un rato al poema de Margarita para engancharme con “El Seminarista de los Ojos Negros” de Miguel Ramos Carrión y “Post-umbra” de Juan de Dios Peza, y este último me abrazó con su frase que después entendí que más que poética era una advertencia:
«Cuando toqué tus labios fue preciso
soñar que aquel placer se hiciera eterno.
Mujeres: es el beso un paraíso
por donde entramos muchas al infierno.»
Después seguí escribiendo, durante mis años de universidad, en los primeros de trabajo y hasta el día de hoy. Tengo la suerte de nunca haber experimentado miedo por escribir, porque hacerlo siempre ha sido la forma de librarme de mis otros miedos; escribir es para mí a veces lo único que me hace sentir fuerte, en ocasiones mis propias palabras me dan las soluciones para entender al mundo y enfrentarlo.
Más allá de la fuerza que encuentro en la introspección de la poesía, escribir también ha sido mi camino espiritual, una forma de meditación donde encuentro a Dios a mi manera. Lo he dicho muchas veces: nunca aprendí a rezar, por eso escribo. Aunque admiro y respeto todas las religiones y credos como caminos personales hacia la experiencia de salvación, me considero católica devota por decisión propia, y creo que Dios actúa sobre nuestra voluntad también por medio del arte y la palabra, y así es como estoy convencida de que también ha actuado sobre mí.
Como agradecimiento a los milagros que he visto en mi vida empecé a escribir poesía religiosa. Al principio pensé que nadie la entendería, pero me equivoqué; los poemas que he escrito para Dios me han dado una satisfacción que nunca pensé tener, pocas veces he logrado sentir tanto con mis lectores como cuando ha sido a través de estos textos. Cada vez que alguien los replica, memoriza o comparte, sin importar si es un medio religioso o una persona común en busca de una palabra de consuelo, sientes que eres parte de algo más grande de lo cual no tienes derecho a sentirte orgulloso pues no te pertenece, es el Verbo quien te ha buscado para actuar a través de ti, y lo ha hecho.
Además de escribir poesía sacra, mi misión a través de la literatura es encontrar respuestas y soluciones a cosas que no entiendo o que nadie más ha dicho, como los temas relacionados con la feminidad y sus diferentes aristas. Siempre he sentido que los temas de hombres son de interés universal, pero que los de las mujeres son sólo “cosas de mujeres” dignas de las revistas femeninas y de los libros de texto, empezando por su cuerpo cosificado y al mismo tiempo estigmatizado, pasando por su naturaleza cíclica y su contacto directo con las fuerzas de la naturaleza. Mientras que el mundo cada vez se vuelve más estandarizado y lineal, las mujeres aún dependemos de los ciclos naturales que gobernaban el mundo desde el principio del tiempo: tenemos sólo unas horas al mes para concebir y sólo unos días para pensar de una forma o de otra, por citar ejemplos. Y aunque esta esencia femenina es incompatible con la definición de progreso que conocemos, sigue latente en el mundo y necesitamos honrarla para darle el sitio que merece en nuestras vidas.
Creo que negar la feminidad o adaptarla a las normas masculinas nos está haciendo daño a todos, así a hombres que no comprenden cuáles son sus nuevos derechos y obligaciones dentro de esta realidad social transformada, como a mujeres que se sienten presionadas para ser iguales a los hombres, ignorando su poder creativo y sabiduría intrínseca.
Para mí, el mayor reto que he enfrentado en la vida ha sido ser mujer. Se lee extraño, resultaría natural serlo pues así nací; pero no, mis padres y el mundo me educaron para tener la mentalidad de un hombre: proveedor, fuerte, competente de acuerdo con los estándares masculinos, hasta que un día encontré que no tenía por qué ser así y me dediqué a buscar un lugar diferente en el mundo, más respetuoso con mi género y mi sensibilidad. En algunos casos aún no lo encuentro, en otros lo hallé también a través de la poesía.
Los poemas me han dado el espacio para hablar de las cosas que a mí me importan pero que los foros sociales niegan o no alcanzan a entender. No quiero regresar al pasado ni al esquema patriarcal en el que crecieron mis abuelas, o en el que se escribieron los libros sagrados de mi religión; pero tampoco estoy dispuesta a aceptar una sociedad que me exige hacerlo todo y que sin importar cuáles decisiones ejecute, me juzgará siempre, mucho menos seguir unas normas de igualdad de género insensibles a mi naturaleza que yo tampoco reclamé.
Mi poesía es la forma de hallar respuesta a todos los temas que de esto se desprenden, así a la inquietud religiosa, espiritual y trascendente, como a la búsqueda de significados para la feminidad, de los cuales a pesar de ser una sola persona tengo muchos, como lo dije al principio, detrás de Andrea, hay muchas “andreas”, unas aún juegan a las princesas, otras quieren hacerse de un nombre para sí mismas, mientras que otras más aún sueñan con vestir algún día el apellido de casadas, el problema (repito) es que todas coexisten dentro del mismo cuerpo.
las diferentes Andreas, son las que te han llevado a la universalidad de tu pensamiento; con una entrada común…tu creatividad poética. Preciosa columna. Gracias
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Qué bueno!!
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