Volví a creer en Dios un día de invierno;
bajo mi piel escuché un «Padre Nuestro»,
no venía de mi mente atea,
tampoco de mi alma incrédula,
sino de mi sangre, roja y devota;
ella desde mi corazón rezaba.
Las palabras venían de mi cuerpo;
su fe estaba en cada latido
en cada paso errante y confuso,
en cada célula efímera.
«Dios salve María», así decía
y repetía mi sangre devota,
la misma que regaba a mi mente dudosa,
y a mi cuerpo humilde y creyente.
Cuando sentí rezar a mi cuerpo
intenté silenciar su voz ardiente,
intenté dominar mi sangre devota,
quien se reveló contra mi mente
y sólo le dijo «Dios te bendiga».
Era un hecho que mi sangre creía,
también mi cuerpo cristiano y devoto;
cada mañana pedía por mi alma,
y por mi mente, incrédula y frágil.
Volví a creer cuando oí a mi sangre devota,
ella evangelizó a mi cerebro hereje,
le habló de un Dios en quien antes creía:
«Si amas, si lloras, si pisas, si dudas…
es porque un ser sagrado te mueve»,
una fuerza divina que nunca ha existido,
porque es más que una simple existencia».
Dios me habló desde la voz de mi sangre,
¿cómo no confiar en mis propias venas?
¿cómo dudar de mi sangre devota,
de mis propios latidos parlantes?
Pasaron los días y también las noches,
ahora mi mente es quien pide por mi cuerpo,
¡Dios bendiga a mi sangre devota!
Oaxtepec, Morelos, 2 de febrero de 2015