¿Ser pasajero o tripulante? Esa es la cuestión

Desde que tengo uso de razón, siempre he tenido un issue con los trabajos: me cuesta mucho salir a mi hora, desconectarme fuera del horario y hacer únicamente lo que me toca. Si me voy a las seis en punto o a la hora que se supone salgo y dejo algún pendiente, éste acosa mi cabeza hasta el día siguiente; si apago mi celular y boto completamente las cosas me preocupa perder la oportunidad de que surja alguna misión interesante, inesperada; de esos bomberazos en los que quedas como el héroe y que en el mejor de los casos, marcan tu vida para siempre.

Algunas veces he intentado hacer únicamente lo que me corresponde y llevármela tranquila, pero el gusto me dura un día o menos; después de un rato me aburro y empiezo a sentirme como encerrada, me da una especie de claustrofobia intelectual.

Varias veces en la vida he llegado a preguntarme por qué me pasa eso, en algunas ocasiones hasta me he lamentado: ¿cómo le hace la gente para mandar a volar todo? Yo neta no puedo, y obvio en el fondo tampoco quiero. Las críticas y opiniones me han acompañado todo el tiempo: he sido etiquetada de workohólica, obsesiva, de ingenua o de estar demasiado joven; el «hay esque estás muy peque» me ha perseguido desde que tenía como ocho años y trabajaba en el negocio de mis papás hasta hoy.

En algún momento estos comentarios llegaron a fastidiarme; de verdad me sentía muy mal por ser así, hasta que hace unos días leí un libro que me hizo cambiar mi perspectiva sobre el asunto: «La magia del poder psíquico» de David Schwarts; este fulano dice que en todos lados uno puede toparse con dos modalidades de personas: los pasajeros y los tripulantes.

Los pasajeros son como todos los que suben a cualquier pesero, combi, avión, metro o similar: únicamente se suben, se sientan (o ven en dónde se acomodan) y esperan llegar a su destino. Los tripulantes son quienes hacen que hacen que la cosa se mueva o que los pasajeros puedan estar ahí: pilotos, aeromozas, vendedores de boletos, personal de limpieza, etcétera.

En todos los aspectos de la vida hay pasajeros y tripulantes; siempre están quienes sólo ven las películas y quienes aparecen en los créditos, ya sea como productores, actores o como segundones de utilería (sin ofender a nadie, hay veces que a todos nos toca), lo cual no importa mucho cuando sabes que tu trabajo valió la pena y contribuyó a la creación de algo más grande.

Los pasajeros hablan en tercera persona, su lenguaje es el del «ellos»; los tripulantes siempre se expresan en primera, se comunican en la lengua del «nosotros». Los primeros trabajan para el reloj, él es quien cada día les dice que ya es hora de irse; los segundos reciben su quincena de parte de su propia motivación.

Así es esto de los pasajeros y los tripulantes. He cambiado el discurso de ser workohólica, súper intensa u obsesiva por decir que me gusta jugar a ser parte de la tripulación y punto. La idea es formar parte de la película, no importa si la tarea es jalar cables o salir de extra atropellado; obvio si eres la cara bonita que pasa a recoger el Oscar pues mucho mejor, pero eso no sucede siempre.

Ser tripulante tiene sus ventajas, la credencial de «miembro activo» brinda acceso a zonas no autorizadas para otros, a contenidos premium, a cosas que la mayoría no pueden sentir o entender; como ver el cielo desde la cabina y soñar con ser algún día el encargado de volar el avión, el responsable de que todos los pasajeros lleguen a su destino.

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