Desde hace muchos tenía pendiente ver la película de «Como agua para chocolate» y hasta hoy lo hice. De tan sólo verla me dieron ganas de cocinar, de aprender a hacer cosas exóticas y de resolver todos mi issues con la cocina, de los cuales tengo muchos.
Para mí, la cocina es un tema escabroso, una pasión reprimida. En mi familia, hablar de cocina es meterse con un tabú, con un asunto delicado. La razón: cuando era niña mi papá nunca dejaba que mi mamá cocinara nada. ¿Por qué? Porque mi padre odia los trastes sucios, el ruido de las ollas al azotarse, la indumentaria de cocina, ver el refrigerador lleno de cosas y tener que comer las sobras que quedan cuando se prepara un platillo voluptoso. Desde que tengo uso de razón, él hace todo lo posible por no comer en casa, y sí por alguna causa debemos hacerlo, él siempre vota por comprar algo hecho, como pizza o «pollo feliz», o por hacer sándwiches fríos. Tampoco le gustan los desayunos caseros porque dice que es horrible eso de pararse en pijama, sin peinar y sin pintar a preparar café soluble. Sin embargo, cuando eran días de escuela y había prisa, lo único autorizado para desayunar sin alegar con él era un plato de cereal o una taza con un sobre de avena Quacker. Nada que requiriera sartén, licuadora o cualquier herramienta de «maquinaria pesada».
Sus temas con la cocina impidieron que yo me aficionara a algún guisado de mi mamá. Para mí, los platillos que evocan recuerdos de infancia son el Caldo Tlalpeño de Sanborns o de Vips, los molletes del Club (el de Cocoyoc) y unos tacos de milanesa de un lugar que todo cocoyoquense-oaxtepequense conoce: «La Taquería Sayuri». Esta situación llegó al extremo de que alguna vez en Año Nuevo tuvimos que cenar pizza de Domino´s o comprar guisados hechos en el Wal Mart.
Pero bueno, no todo era tan malo. La verdad es que mi mamá, cuando hacía el esfuerzo o se inspiraba a preparar algo «clandestino», lo hacía bastante bien, y a la fecha lo hace. Me acuerdo que cuando era niña se metió a un curso de pasteles y yo era feliz ayudándole con las tareas que le dejaban: hacer donas y pasteles extravagantes de los cuales disfrutaba comerme el betún y la masa cruda.
Cuando dejé la casa de mis papás para irme a la universidad tuve que enfrentarme a la triste realidad de haber asimilado los kitchen issues de mi papá: no sabía hacer nada, en todo el sentido de la palabra: nada. Entonces quise continuar con su escuela: vivir de cereal, comida del Oxxo, pizza, pollo hecho y demás. Como era de esperarse, esto no funcionó, entonces hice algo muy pero muy malo: me rebelé… jaja. Sí, me metí a internet a investigar cómo se hacían cosas tan simples como una omelette o un hot cake. Poco a poco fui aprendiendo, ¿que si ya me puedo casar? Nel, los hot cakes aún me quedan amorfos y ya decidí que no consideraré la idea hasta que no queden redondos, o por lo menos geoides… o quién sabe.
Así las cosas; la primera discusión «fuerte» que tuve con mi papá no fue por llegar a las tres de la mañana en algún estado inconveniente, ni por las veinte veces que descompuse su coche, ni por nada normal; fue por el ruido de la licuadora que se escuchó por mi casa un día que decidí ponerme a hacer un pastel porque YOLO. «¡Ay, ay, ay, qué escándalo!», se quejaba mientras me regañaba por haberme entrometido en temas de «su departamento», así se refiere a la cocina. Pero equis, bien que se comió el mentado pastel, de hecho se lo acabó.
Lo más divertido del asunto son los consejos que mi papá me da para que no cocine: «Andrea, cuando invites a un novio/amigo/galán/peor-es-nada a cenar compra algo hecho en un restaurante y dile que tú lo hiciste, ya después le explicas que lo compraste». Así de simple, todo sea con tal de no ensuciar un traste.
Pero bueno, el tema era «Como agua para chocolate» y que se me antojó cocinar, pero hacer algo en serio no quecas… ¿O acaso continuaré con la tradición de llevar a mis hijos al Vips a las comidas familiares? Espero que no, pongo mis intenciones en aprender a hacer algo decente y que en mi refri haya algo más que leche para cereal.
Me encanto como leche pa’ cereal, muy bien escrito y explicado
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Gracias por leer, abrazo gigante 🙂
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