Para el amor de mi vida

Te conocí de niña. Hace muchos años mi mamá me presentó contigo; nos conocimos en una cancha, al rayo del sol y no me caíste nada bien. Tú no eras mi tipo, ni yo el tuyo: mientras a ti te gustaba el sol, yo lo odiaba; mientras yo amaba pasar las tardes leyendo sentada en los columpios, tú querías hacerme correr.

Me dabas flojera, no me movías en lo más mínimo, pero al parecer estabas mejor que las demás opciones. Mi madre me decía: «¿o vas al tenis, o vas al ballet o te pones a correr vueltas a la manzana toda la tarde?». En el ballet yo no encajaba y eso de correr a lo loco pues tampoco era lo mío. Sin embargo, algo que tenía cara de ser un matrimonio convenido se transformó en una pasión loca que me acompañaría todos los días de mi vida. Por ti hice mil locuras, desde cambiar los lentes de pasta nerds por la gorra, así como las zapatillas de princesa por los tenis con agujeros en la suela.

Sin pedirte nada a cambio, te regalé mi adolescencia, toda completa vertida en miles de canastas de pelotas. Por estar contigo no supe qué era amanecer en una fiesta o enamorarme de un humano, pero no era necesario. ¿Para qué quería desvelarme bailando si la ilusión de jugar cada partido me movía más que cualquier otra cosa? ¿Qué importa no saber qué es un beso de verdad si la sensación de ganarle a un sembrado del nacional o calificar a un WTA es algo que también te hace volar?

Quizás tú nunca me has querido tanto, tal vez para ti he sido una más y sólo eso; alguien a quien cambiaste la vida pero que olvidarás. Pero no me importa, me convertí en lo que soy gracias a mi amor por ti. No sé cómo sería mi vida si no te hubiera conocido; sin una piel con pecas por el sol, sin unas piernas marcadas por tus canchas, sin un corazón acostumbrado a latir fuerte, sin una mente hecha para pelear por ti. No tengo idea y no me interesa.

Es posible que por ti haya llorado mucho. Ahora que lo recuerdo, mi padre, quien odia las lágrimas me decía una cosa: «La única razón por la cual tolero verte llorar es por perder, no hay otra». Eran las palabras de un admirador de Lombardi, quien me transmitió su frase de «ganar no es todo, es lo único». En fin, gracias a ti tenía permiso de llorar, pero tampoco lo hice mucho, siempre fue más lo que reí. Fueron más las veces que pensé «amo jugar» que las que dije «no vuelvo a tomar la raqueta nunca».

Gracias a ti aprendí mucho: a soñar, a vivir, a ganar con humildad y a perder con dignidad; a dar la mano siempre, aunque me hubiesen hecho trampa o humillado; a dejar ir los puntos que ya han pasado, a olvidar, a recordar, y sobre todo: a amar algo incondicionalmente, a pesar de las lesiones y de las derrotas: a ti. En fin, gracias tenis, por ser el amor de mi vida.

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