En este corazón se discrimina

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¿De qué sirve que en las entradas de los restaurantes, bares, antros y hasta de misceláneas haya un letrero enorme con una mentira aún más grande?

«En este establecimiento no se discrimina por motivos de raza, religión, orientación sexual, condición física o socioeconómica ni por ningún otro motivo». Así dice.

¿Cómo va a cumplirse tal declaración si esta no tiene cabida en los corazones de quienes a ellos asistimos?

¿Alguien va de un lado para otro con este texto escrito sobre su pecho? Y si lo tuviera, ¿lo cumpliría? ¿De algo serviría?

¿Que no discriminamos? Lo hacemos diario, la discriminación se encuentra metida hasta en los calzones de esta sociedad, en lo más profundo, en lo más hondo, en los sentimientos más íntimos de cada individuo.

La discriminación vive en nuestro lenguaje, en nuestras frases tontas:
«Es que te mereces algo mejor», como si tuviéramos derecho a juzgar quien se merece tal o cual. «Es que él es de otro código postal», como si los seres humanos estuviéramos divididos en colonias y delegaciones.

¿Acaso es muy complicado utilizar adjetivos sólo para describir y no para juzgar? ¿Sería posible que las palabras «negro», «gordo» o «feo» tuvieran una función exclusivamente gramatical y no discriminadora?

Los pensamientos discriminadores vienen incluidos en el ADN, en la educación que se nos ha dado en nuestras casas: con más rigor que las tablas de multiplicar aprendimos que siempre unos son menos que otros; se nos ha enseñado a odiar y a temer a todo aquello con apariencia diferente.

La discriminación, como nosotros, también es hija de dos padres: uno se llama «Ignorancia» y otro «Falta de amor». Discriminamos a cuanto no conocemos, a lo que para nosotros se ve raro o diferente, a quienes cuya historia no sabemos; y también, discriminamos cuando nos falta el amor para observar a las personas desde la perspectiva que nos hace ver más iguales: practicamos el racismo cuando nos fijamos en el color de la gente en vez de pensar que todos tenemos una piel para sentir, la homofobia nos invade cuando damos más importancia a la preferencia sexual de alguien en vez de fijarnos que también tienen ojos para llorar, la misoginia aparece cuando los hombres olvidan que las mujeres, así como ellos poseen labios para sonreír.

Entre el no saber y el no amar… Ahí está la discriminación. Entre un cerebro flojo y un corazón desidioso. Allí vive y se expande hacia los demás órganos como un cáncer; cada palabra, cada adjetivo, cada frase y cada pensamiento discriminador es una gota del elixir que la mantiene viva.

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