Más allá de la incoherencia

Sonó el despertador y sentí que iba a morir en lugar de despertar. El estruendoso sonido me arrancó de aquellos brazos como si se tratara de una flor que es salvajemente desprendida de su tallo. Me levanté y estaba fría, sabía que así como las rosas que son separadas del rosal, pronto me marchitaría por falta de vida, o más bien por falta de amor. Sabía que mis pétalos se consumirían enfrascados en el florero de la desilusión que se siente al experimentar las palabras duras de la verdad: en la vida real él no existe – o por lo menos, no en la mía – y en realidad, no lo necesita, ¿para qué quiero que exista si puedo volverlo parte de mi realidad fantástica cada vez que lo imagino?

Con sólo pensar en él, lo he convertido en la fuerza sobrenatural que controla mi realidad y mi fantasía, ante su poder el consciente y el inconsciente juntos se doblegan, quedando reducidos a dos enemigos sub terrenales que libran una batalla dirigida por un ser superior, una guerra inútil que terminará con una tregua cuando ambos tengan que unirse para enfrentar un adversario común: el amor, ese conquistador que a ambos somete y que le obedecen. Es ahora quien reina hasta en los callejones más oscuros de la médula.

La noche anterior me había acostado pensando en él, del pensamiento pasé al umbral, que convirtió su imagen en una media verdad, luego me quedé dormida y el sueño se ocupó de hacerlo realidad; ya lo tenía, ya era mío. Me sentía más viva en el sueño que cuando se supone que estoy despierta siendo partícipe del estado de vigilia que modela los días de monotonía.

Sí, la barrera que hay entre mis fantasías y mis realidades es transparente pero sólida, es una muralla construida por cristales con cuerpos de ladrillos; es él, y sólo él la frontera que hay entre estos dos universos que extienden sus dominios más allá de los límites de la eternidad. Es la asíntota que obstruye toda intersección en la que pudieran encontrarse las rectas de la fantasía y la realidad, y que hace que ambas líneas estén condenadas a perderse en el infinito sin que yo pueda alcanzar a vislumbrar donde aparentan terminar. Está en medio de esos dos mundos, igual de reales, igual de fantásticos, todo depende del punto desde en el que se contemplen; sé que es real porque existe, porque -aunque no se si estaba despierta o dormida – lo he visto, y sé que es fantasía porque aunque existe, esa existencia no es para mí, y no espero que lo sea; así está bien, no hay mejor lugar para él que lo que está detrás de la incoherencia, de la locura: yo.

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