Los taxistas luego hablan mucho, te cuentan la historia de su vida aunque ni se las preguntes. Lo mismo aplica para los choferes de Uber; luego empiezan con cada relato que no sabes qué hacer, si seguirte riendo o pedirle que te baje en el semáforo.
Lo normal es que les des el avión, les digas frases como «uy», «sí, la vida está difícil», «sí, Peña Nieto», «uff, el dólar», y pendejadas intrascendentes. Si el chófer no habla, la cosa se queda tranquila, te pones tus audífonos y te dedicas a ver el paisaje o leer los datos de su licencia que usualmente tienen pegada en el vidrio de atrás, no empiezas a preguntar tarugadas.
Esto pasa en la mayoría de los casos, pero no cuando me subo a un taxi con mi psicóloga favorita, mejor conocida como mi mamá. Ella no puede dejar en paz su vocación un segundo y siempre que me subo con ella a un coche me toca fletarme la vida entera y los problemas conyugales del taxista. La razón: ella les pregunta.
Ayer eran las pinches seis de la mañana, tomamos un coche y al subirnos el ambiente se sentía lúgubre, yo me moría de sueño y de frío, el taxista traía cara de hueva y mi mamá venía pensando «¿y ahora qué pregunto?». De repente, en la radio el locutor mencionó que ayer era el «Día del Secreto Inconfesable». Okey, yo me quedé en que ayer era el día de la Virgen y del empleado banquero, pero ¿del secreto inconfesable? Será, el día de todas las imprudencias que necesitamos que la Virgen arregle y que nos obligan a rezar.
Las personas empezaron a hablar al programa y a contar intimidades nivel Panda Show, que si habían puesto cuernos, vivir enamorados del jefe y babosadas. Empecé a reírme (y a despertar) un poco, pero di el levantón definitivo cuando mi estimada madre le preguntó al conductor: «Señor, ¿cuál es su secreto inconfesable?».
¡Dios de mi vida! El güey no paró de hablar en todo el camino, la conversación empezó así:
-«Uy, madresita, ¡si usted supiera…! Fíjese que mi esposa no me pela, no sé, me choca que siempre está con su mamá, todos los fines de semana me deja solo y se va con mi suegra, también los días festivos, todo el tiempo está con su mamá, juntas van al súper, a cocinar, a lavar… y yo pues ¡bien gracias! No sé qué hacer.
-¿Y se lleva bien usted con la mamá?
-No, no nos hablamos… Sólo nos saludamos por los niños, pero no más.
-Qué duro, señor. A ver, cuénteme otro secreto inconfesable.
-Pues le digo, madre, los problemas con la esposa, fíjese que no me atiende; no me da de comer, luego llego cansado de manejar todo el día y no hay nada, me tengo que hacer unas quesadillas, porque no, aunque la cocina se le da, no me pela.
Así siguió la plática, cada vez más profunda, los detalles se omiten para proteger la confidencialidad del taxista; yo sólo iba parpadeando, mirando el tráfico y preguntándome qué onda con mi madre que así nada más le saca la sopa a medio mundo.
Cuando llegamos al destino, el taxista hasta quería dejarnos una cuadra más adelante para seguir platicando. Mi mamá le pagó y el taxista se empezó a reír y le dijo «ay madre, usté ni me contó nada y nomás me sacó la sopa». Se arrancó y se fue, la frase la continué yo: pues a eso te dedicas ¿no?».
Y así ha pasado muchas veces, una vez le preguntó a un taxista sobre qué había hecho el fin y él le contesto que «había ido a ExpoSexo porque le encanta eso» (además el tipo era tartamudo), otra vez le preguntó a un sujeto que de qué la giraba su esposa y él nos dijo que era policía en el reclusorio.
En fin… la próxima vez que me suba a un taxi con ella me aseguraré de recordarle que tiene que ver un capítulo de Netflix o a ver qué.
Nos vemos…
jjajaja, me he reido mucho con tu post, jajja yo trabajo de taxista en España y si te contará yo las cosas que los clientes me han contado o los dramas que he visto, podrías hacer una seride Netflix enterá, jajajja
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