Mis tías, mujeres como las de antes

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Ya no existen mujeres como las de antes, dicen los nostálgicos. De esas como las que describe Arturo Pérez-Reverte en un artículo que leí hace poco: «de esas que pisaban fuerte y sentías temblar el suelo a su paso. Mujeres de bandera», de esas que no sólo tenían un contrato de exclusividad con el cine y con la pasarela, pues también eran ángeles de la vida real: tías, primas, madres, maestras o hermosas desconocidas. El creador de la Reina del Sur las pinta así, en un párrafo que a pesar de sonarme precioso, me dolió:

«Esas medias con costura sobre zapatos de aguja (…), esas siluetas, añado yo, gloriosas e inconfundibles: cintura ceñida, curva de caderas y falda de tubo ajustada hasta las rodillas. Etcétera. No era casual, concluimos, que en las fotos familiares nuestras madres parezcan estrellas de cine; o que tal vez fuesen las estrellas de cine las que se parecían muchísimo a ellas.»

Al final les dejo la liga para que lo encuentren, aunque ya lo saben: no me hago responsable. Cuando terminé de leer, inevitablemente pensé en mis tías: en mi tía Chapa, en mi tía Paz, en mi tía Xenia, en mi abuela y en todas las demás, que aún están de pie y fieles al tacón. Ha pasado ya algún tiempo de que poco a poco comencé a admirarles todos esos detalles que tanto trabajo me cuestan: la blusa bien planchada y el blazer recién salido de la tintorería; el ojo delineado sin importar a quien mirasen y los labios cubiertos por un lápiz labial que tenía la fuerza del barniz.

Así son ellas, así fueron sus madres; simplemente mujeres, eternamente perfectas; sin importar la moda de la época, sus abuelas seguían el manual de la excelencia y se los enseñaron bien. Ya después vino el degenere, la rebeldía o no sé… Y entonces, aquí estoy frente al espejo, con pantalones de mezclilla, sudadera y un par de tenis sucios. Pero afortunadamente, aprendiendo…

Aprendiendo de ellas, de las que siempre abren la puerta de la calle bien arregladas; primero quedaba lista la sombra sobre los párpados, después se preguntaba por el destino: daba igual si había que ir al cine o sólo caminar tres cuadras para comprar el pan o las tortillas.

Uno de mis hermanos mayores una vez me dijo: «cuando era niño me encantaba ver a mis tías»; siempre tan lindas…, imagino que uno se sentía en medio de un desfile de moda y no en una reunión familiar agendada sobre la página de un domingo cualquiera.

Derechas y elegantes, así son estas «mujeres de antes»; mis genes me consuelan y me hacen pensar que, a pesar de mi inminente fondongués, todavía puedo ser como ellas: tener el cabello en el tono perfecto a pesar de que los años hayan preferido vestirlo de gris. Sé que muchas no estarán de acuerdo, sé que incluso ayer o antier yo tampoco lo estaba, sé que sería muy fácil tirar la toalla o «la bandera» y acomodarme junto a la premisa de que ya tampoco existen hombres como los de antes, con la corbata y los valores bien puestos… pero eso es otra historia, prefiero rescatar lo bueno del ayer y seguirlo venerando, aunque cueste trabajo, aunque como dice este señor: esto no se improvisa ni se aprende sólo por entrar a las zapaterías o a las tiendas de ropa cara; «no se pasa así como así de sentarse despatarrada, el tatuaje en la teta y el piercing en el ombligo a unos zapatos de Manolo Blahnik y un vestido de Chanel o de Versace», así de simple, o así de difícil; mejor dicho.

Lo prometido, les dejo el tan sonado y repetido artículo:

«Mujeres como las de antes»

http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/156/mujeres-como-las-de-antes/

 

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