Los papás mienten. Es la verdad, mi intención no es darle una pirateada más a ese concepto que ya ha sido manoseado por un montón de agencias de publicidad. Así es la vida: los papás dicen un montón de cosas que no… y si esto ya era un mal común desde la Edad de Piedra, a los «millennial» nos tocó peor.
A los millennial nos engañaron vilmente. ¿Recuerdan esa rola de Barney que decía «Somos especiales, todos, de alguna manera, cada quien con su forma de ser»? Pues eso tuvo el mismo efecto en nuestro cerebro que el infomercial del Bioshaker: le creímos y a la mera hora no sirvió; resultó que todos somos iguales, igual de atarantados; nos dijeron que lo importante era participar, no ganar… y ahí tenemos a un montón de ninis que solo participan en la vida sin otra aspiración. Sí, también nos hablaron de que debíamos soñar… el problema es que la mayoría se quedaron en eso: soñando.
A veces pienso: ¡No es nuestra culpa! No, la culpa fue de «El Rey León», de «La Bella y la Bestia», de «Hércules» y de todas las películas que nos ponían nuestros papás para tomarse un break de nosotros. Pero bueno; ya pasó, ya crecimos, ahora nos toca hacer frente a todas las ideas que nos metieron en la cabeza, a todos los infomerciales y decirnos a nosotros mismos la verdad. Ayer estaba haciendo ese minucioso ejercicio, lo cual es peor que limpiar los cajones donde tengo guardado el anuario de la primaria, y llegué a la siguiente obvia conclusión: me chorearon…
Sí, me cuentearon. Esto fue lo que pasó: como a cualquier niña millennial, única y especial, mi papá me sobrestimaba y exageraba mi talento para amanecer de malas. Le decía a mi mamá: «Amor, no inventes, nuestra hija va a ser la esposa perfecta… ¡Ya viste que está de malas desde la mañana, ya no necesita que nadie haga nada para hacerla enojar!». Fail.
Sí, fail, tengo la prueba de que mi papá me sobrevaloraba: mi estado civil del Facebook, a mis 27 años, dice «soltera». Conclusión: no resulté tan buena para ese chisme. Total, ¿qué importa? ¿no dicen que ahora los treinta son los nuevos veinte? Y pues yo todavía tengo chance de salirme a comprar un café, pasar al banco, checar los mensajes de todos los grupos de WhatsApp que silencié por un año y regresar con… 29 y medio.
Como les decía, ¡puro cuento! Lo peor de esta narración es que a estos millennials nos educaron con valores que ya no serían los mismos en el mundo que de adultos nos tocaría vivir… ¿A quién le interesa ser ahora la «esposa perfecta»? A nadie, y yo que pensaba que en eso sería buenísima. Me pregunto, ¿por qué no me dijeron «serás la escritora perfecta», «la profesionista perfecta», «la empujadora en el metro perfecta»? No lo sé, pero como lo he dicho varias veces, mi papá y yo nacimos en mundos diferentes. Lo bueno de esto, es que para las demás cosas no me dijeron que sería excepcional y me preocupé por echarle un poco de ganitas, entonces ahí medio la llevo… Respecto a lo de ser la «esposa perfecta», sigo teniendo fe en que con amanecer enojada diario ya lo lograré, creo que eso es lo suficiente para que una día, por arte de magia, desaparezca del espejo la fulana esa que me cae gorda y en su lugar quede un príncipe, como del de «La Bella y la Bestia» (ay, ajá) en el cristal.
Andrea