Las “cadenas” me parecían cool en la prehistoria dosmilera, cuando tenía como 10 años y Hotmail aún no pasaba a mejor vida. Eran algo divertido, eran como una versión digitalizada del juego de las traes. Abrías el mensaje y te sentías víctima de un hechizo momentáneo que era necesario disipar. El encanto me duró poco, como a los seis meses de haber abierto mi primera cuenta de correo (andyferflores@hotmail.com) la cosa se transformó en fastidio. En ese punto decidí que las cadenas eran una tomada de pelo y que no quería continuar formando parte de ellas.
A veces me arrepiento de haber renunciado a mi puesto de eslabón, creo que el tránsito que luego se me atraviesa en las mañanas y la tarifa variable del Uber son las consecuencias. Sí, es la mala suerte que me corresponde por no haber reenviado tal o cual cadena. Ya ni modo.
Pasaron unos meses y las “cadenas por correo” se ocultaron por un tiempo; de vez en cuando se activaban en redes como Facebook pero sin mucho pegue, por un tiempo nos dejaron descansar… pero, con la llegada de Whatsapp regresaron con mayor fuerza que nunca. El suceso fue algo histórico, la peste bubónica estaba de vuelta.
Despacio pero fuerte comenzó a extenderse la mancha negra, sólo que en versión digital. Sin llagas ni muertos, sólo con sonidos de notificaciones y memorias de teléfonos saturadas de tanta tontería.
Las cadenas no causaban estragos considerables en la era de oro del correo electrónico como red social… cuando aún existían frases como “de cuatro a seis me voy a conectar”, pues no era tanto problema pasar sólo algunas horas del día recibiendo barrabasadas. Ahora las cosas han cambiado, no sé si para bien o para mal, pero por lo pronto yo uso ese término al revés: “les aviso que el fin de semana me voy a desconectar”.
Entonces, en esta época de la peste cadenera 2.0, lo normal es pasar todo el día recibiendo mensajes. No me quejo de todos, unos me dan risa, otros me dan hueva… esos no son tanto problema, el asunto grave está en los que me dan roña y me hacen pensar, ¿en qué momento la gente empezó a sentirse útil, necesaria o no tan basura sólo por darle “compartir” a un mensaje que ni siquiera aporta nada? ¿No sería más útil quedarse en paz y pensar en que el destinatario deberá gastar sus datos, la memoria de su teléfono y, sobre todo, su tiempo en ver algo sin pies ni cabeza?
No lo entiendo, y la verdad es que tan poco me entiendo, hay gente que podría denunciarme ante mi propia inquisición por haber enviado alguno que otro meme; humana soy y si a algo no podré ser nunca inmune es al deseo de aceptación social, a mis necesidades de seguridad (Maslow, ¿por qué fuiste tan honesto?) y a la estupidez, (Maslow, otra vez, ¿por qué nunca nos explicaste que ésta se hallaba en el nivel -2 del sótano de tu pirámide).
genial «mi puesto de eslsbon»…
Enviado desde mi Samsung Mobile de Telcel
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