Comprar la vida…

La vida comenzó en la entrada del súper mercado; aún feto te asignaron un carrito para que comenzaras a comprar, primero una cosa, luego otra, el orden importa y la lista ya estaba hecha; alguien más anotó que querrías y necesitarías, nunca te preguntaron si preferías jamón de cerdo o de pavo, mucho menos si querías evitar los embutidos. No, nadie te dejó decidir nada, la lista no era de opciones, sino de órdenes.

Te adelantaste al primer pasillo, sin darte cuenta ya llevabas en tu carro un acta de nacimiento con un nombre no elegido. Más tarde tuviste una «fe de bautismo» y un certificado de kínder que demostraba dos cosas: tus padres eran personas «responsables» y tú ya sabías sumar, en teoría.

Recorriste los estantes, seguías cada punto de la lista: el certificado de primaria, el del primer novio, el de tu primera borrachera, el diploma de prepa y más tarde tu licencia para conducir.

En serio, ¿querías todo eso? ¿Fuiste tú quien firmó la carta de renuncia que te despojaba de tu apenas conocida naturaleza humana? Me pregunto, ¿cuántas cosas de la lista del súper aventaste al carrito sólo porque sí? ¿Así era o así debía de ser?

Desde el fondo de tu estómago responde como humano, con honestidad: ¿los artículos «premium de la tienda» que tanto trabajo te costaron fueron idea tuya? Sí, endeudarte con tu primer coche, la agenda sin espacios libres, el anillo de compromiso, la profesión con la que te casaste.

Y si te faltan cosas de la lista, ¿es tu cuerpo quién las pide? Eres tú quien presta atención a las preguntas: cuándo la tesis, cuándo la casa, cuándo te casas, cuándo los hijos, cuándo los otros hijos, cuándo aquello, cuándo el otro… ¿Por qué no también cuando vives?

La lista es dura, la lista también es exigente e injusta… tal como también lo es ver la vida como una lista de súper planeada para llenar los vacíos del refrigerador y no para complacer los deseos del alma.

La lista es así… Un renglón te lleva al otro, cuando te das cuenta estás en la caja a punto de pagar un montón de cosas que, a diferencia de los súper mercados normales, no te podrás llevar. De nada servirá empacarlas en bolsas ni pedir que te las guarden en una gran caja; todo se queda ahí.

Las opciones son pocas, los caminos muchos, el problema es que muchos no son accesibles en un carrito de súper mercado. Para unos se necesitan alas, para otros patinetas o simplemente un par de pies… los mismos que te servirán para correr, salir de la tienda sin pagar por todo eso que jamás compraste, dejar atrás la alarma de seguridad y empezar a vivir el mundo sin llevar la cuenta de lo que has echado en el carrito y que quizás jamás quisiste.

Andrea

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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