Llega un momento en la vida en el que de pronto dejas de pedir consejos y empiezas a pensar; es ese punto en el que ya no corres con tus papás a acusar a tu jefe, a tu pareja o a tus amigos y sólo decides si te quedas o te vas. Decretas cancelar todos los cerebros auxiliares a los que te habías suscrito antes y sólo actúas sin realizar ninguna encuesta de salida.
Sin embargo, ese momento a veces viene acompañado de muchos desencuentros. Piensas que estás mal. A los «cancelados» obviamente no les gusta y empiezan a resentirse: ¿cómo?, ¿por qué ya no me llamas para viborear?, ¿ya no somos necesarios en tu vida? La verdad es que no, y nunca lo habían sido; a veces les es difícil entender que si bien los quieres (y mucho), ya no los necesitas de la misma manera.
Los seres humanos así somos: a veces nos gusta entregarle la responsabilidad de nuestras vidas a terceros; es más fácil estar pidiendo opiniones y seguirlas que hacernos caso a nosotros mismos. No nos gusta asumir consecuencias, preferimos culpar o endosar nuestros deseos a los demás que limitarnos a decir «así lo quise».
Hay un capítulo hermoso del «Así habló Zaratustra» de Nietzsche que habla de eso:
«¡Y cómo soportaría yo ser hombre si el hombre no fuese también poeta y adivinador de enigmas y el redentor del azar! Redimir a los que han pasado, y transformar todo “Fue” en un “Así lo quise” – ¡sólo eso sería para mí redención!»
Entonces, el «así lo quise» es una de las frases más liberadoras y portadoras de responsabilidad que existen: ya no te reparas a ti mismo porque alguien te rompió, sino porque tú estuviste ahí y lo aceptaste por decisión propia. Y cuando ves que las cosas son más simples en solitario prefieres el camino de decidir por ti.
Antes preguntabas a cada uno de «tus cerebros» qué creían o qué pensabas, tu vida era un mosaico de decisiones ajenas pensadas para las historias de otros, un perfecto «Frankenstein» con una carrera elegida por tus padres, un trabajo seleccionada por tu mejor amigo, un deuda en el banco generada por las expectativas de otros…
Un día todo cambia y decides dejar todas las pieles ajenas para quedarte con la tuya, ese día comienzas a escribir tu propio cuento, el escenario puede ser un paraíso o un infierno, pero sea como sea, se vuelve más colorido que el purgatorio del pensar ajeno.
muy bien. lo bueno es cuando lo haces razonado, como lo es tu caso. No todos tenemos las agallas ni la inteligencia que Dios ye concedio.
Encantadora columna
Me gustaMe gusta