Mi verdad

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Estoy segura de que mi verdad no es la tuya,
y no espero que lo sea.
El mundo se desmorona
porque seguimos verdades ajenas,
porque abrimos la ventana
para saber qué está bien y qué está mal…
como si no lo supiéramos,
como si los sentidos no actuaran en nosotros.

Ya lo dijo la Biblia:
No mentirás…
Entonces, ¿mentirse a uno mismo no es pecado?
¿Quién nos dijo que el octavo mandamiento
sólo aplica para el prójimo?
¿Por qué condenamos la mentira ajena
pero jamás la nuestra?
Suponer sin preguntar es mentir;
se le miente al alma y a la mente
cada vez que se imagina lo que no es.

Actuar contra lo que uno cree,
también se debiera llamar «pecado»:
falsear, reprimir, «dobletear»
habrían de ser faltas mortales…
y no les llamamos así.

Mi verdad es solitaria,
es el árbol del conocimiento
cuyos frutos me alimentan
pero a quien esté fuera,
lo envenenan, lo enferman, lo matan…

Mi verdad es lo que creo, siento y soy:
no es la ley ni la moda…
ni la religión ni las convenciones…
Tu verdad vale tanto como la mía:
es el discurso de Dios en tu boca.

La verdad, mi verdad, me hace libre…
Un día renuncié a ella,
abandoné la libertad…
Encontré la esclavitud por elección,
la que no tiene perdón.
Volví, elegí mi verdad
y fallé a otros,
excepto a ella,
Verdad Eterna:
Libertad Última y Suprema.

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