Tres poemas sobre México

Cuernavaca

Cuernavaca es una ciudad de ojos verdes,
los mismos que conquistaron a Cortés,
son herederos de la mirada de Medusa
y por eso vuelven piedra todo lo que ven;
de roca son sus palacios y mansiones,
y su corazón, entre tanta piedra esconde agua.

Cuernavaca es una niña que no crece,
la mujer cuya piel nunca envejece.
Eternamente musa inspiradora
y a la vez mecenas complaciente.
Es tierra de artistas y científicos,
quienes han adoptado el aroma húmedo
de sus calles barrancosas y empedradas.

Su clima es jovial y revoltoso,
así: caliente y lluvioso.
Cuernavaca ama la luz del color verde,
se niega a despojarse de su inocencia pueblerina
y ante la mancha urbana se revela;
ella extraña las haciendas y el carruaje,
ella anhela ser tierra de arroyos y jardines.
Aún pide ser parte de los dibujos de Palmira
y de los murales de Siqueiros.

Algún día volveré a mi Cuernavaca linda
y la pintaré con letras en forma de novela.
A falta de ciudad madre yo la elegí a ella,
quien me miró con sus ojos verdes
y aceptó quererme con su corazón de piedra.

Ciudad Linda

Tu cuerpo de piedra esconde un espíritu de agua,
tus ojos grises guardan una mirada colorada,
con la que tú, Ciudad linda, me ves cada mañana
mientras me despiertas con el trajín de tus zapatos.

A lo lejos se escucha el sonar de tus tacones,
elegante y vanidosa, así eres, Ciudad coqueta.
Con ellos recorres Paseo de la Reforma
y dejas ver en Insurgentes toda tu belleza.

Te levantas temprano para que Dios te ayude,
pues cada día gracias a sus milagros vives.
Antes del alba ya está caliente el champurrado
listo para endulzar el sabor de los tamales.

Es tu luna de la madrugada quien alumbra
a los ambulantes cuando inician su jornada
en sus puestos de licuados y fruta picada,
de taquitos, tortas de tamal y chilaquiles.

Además de madrugadora eres desvelada
tienes alma de joven inquieta y parrandera;
en la Roma y en la Condesa siempre tienes fiesta
y razones para alzar el tarro de cerveza.

Histérica y hermosa, así eres, mi Ciudad bella,
tienes espíritu cambiante y cuerpo de mujer,
sonríes en la mañana y lloras en la tarde,
tu humor cambia cada día al ritmo de tu clima.

Algunas veces eres ligera como pluma,
otras muy pesada, como el plomo de tus aires.
Misteriosa, cíclica e inexplicable, así tú eres
ciudad negra, blanca, rosa y traicionera.

Cuando llueve, tu furia de agua se rebela,
tu naturaleza es de canales y calzadas.
Aunque pasen los años y te cubras con cemento,
nos recuerdas que todavía te llamas Tenochtitlan.

Para los casahuates

He visto caer blanco sobre verde,
es diciembre, mas el blanco no es nieve
pues a Cocoyoc el frío no viene,
siempre a mitad del camino se pierde.

Ese blanco cae de los árboles,
son flores con pétalos adherentes,
inmaculados retoños valientes…
Casahuates… Así les llaman siempre.

El pasto los desea con anhelo,
con ansias les espera en diciembre
para observarlos brillar sobre el suelo.

Así es como yo también quiero verte,
te espero tanto como el invierno
por ver a los casahuates se muere.

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