El recuerdo de Angélica

Angélica fue una esposa infiel pero tuvo al marido más leal que ha existido sobre la tierra: Martín. Ella desapareció del pueblo y cuando los rumores empezaron a decir que había muerto ahogada en el río, Martín no contradijo la voz de los chismosos. El recuerdo de Angélica era limpio y hermoso, el imaginario colectivo la hizo santa; todos hablaban de ella como la joven impecable a quien se debía guardar luto y respeto.

Martín era el único que sabía la verdad: la vio irse con otro a media noche y nunca dijo nada, se volvió cómplice de su mentira con tal de no manchar la imagen de quien había sido su mujer, porque como dice el guión de esta historia: «los hombres enteros son como el pan bien amasado, entre más dura tienen la corteza, más tierna esconden la miga».

Una noche a la infeliz Angélica se le ocurrió volver, y cuando llega al pueblo se encuentra cara a cara con la Muerte, quien le dice «tú ya no puedes regresar, porque ahora es tu recuerdo el que vale más que tú». Ella no sabía que su secreto era guardado: «¿y Martín no les dijo?». No. Las instrucciones de la muerte fueron claras: «vivir intensamente y morir con belleza». Angélica entiende que volver y romper su recuerdo es peor que suicidarse por lo que elige la segunda opción. Al poco rato encuentran su cuerpo, piensan que se ha conservado intacta por años a causa de un milagro, porque Angélica es santa e intocable. Se escuchan las campanas de la iglesia, el telón se cierra.

La historia completa la encuentran en «La Dama del Alba», no es un drama de Shakespeare pero se le compara; es una obra de Casona escrita para teatro pero puede leerse en una tarde.

A Casona no le gustaba la realidad, pero tampoco la fantasía, él piensa que no pueden explicarse la una sin la otra, los escenarios que dibuja son como sueños contados al despertar: fantásticos pero vívidos. La única forma de entenderlos es aceptar que el mundo normal en realidad no lo es tanto: vivimos en un universo de recuerdos, símbolos y suposiones, de fantasía…

La primera vez que leí «La Dama del Alba» tenía doce años y no le entendí del todo, me fascinó pero no sabía por qué, el sacrificio de la vida a cambio del recuerdo me parecía inexplicable: «¿por qué Angélica no regresa y vuelve a empezar?». Pasaron los años y un día mientras ordenaba libros me encontré de nuevo con esto, el librero quedó exactamente igual pues cuando empecé a leer ya no acomodé nada. Lo terminé de nuevo, ya no sentí enojo sino que me encontré con lo sublime, con una belleza tan grande que antes de abrir la puerta del placer muestra una cortina de miedo por la que pocos logran pasar.

Angélica ya no puede volver; no debe volver porque sería renunciar a la gloria y volverse terrenal, y no sólo terrenal sino despreciable, además de que todos en el pueblo… desde su madre hasta su marido han aprendido a vivir sin ella, e incluso alguien llegó y tomó su lugar de forma honrada.

El recuerdo de Angélica me persigue siempre, se me aparece la imagen de ella muerta en el río cuando me pregunto si algo realmente es cómo lo veo, si un recuerdo es tan perfecto… quizás es la memoria la que ha hecho del pasado algo más grande, quizás detrás de la imagen inmaculada y milagrosa hay una historia sórdida o irrelevante (en el mejor de los casos) que es mejor no saber y dejar así, porque ya se ha convertido en arte; Angélica ya era una pintura, un poema, aunque la verdad siempre es belleza, su recuerdo ya pertenecía a un terreno donde esta verdad no tiene facultades.

 

 

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