Cuando era niña me encantaban los alacranes. Sin embargo, aprendí a no hablar cuando me encontraba con alguno, gritar y anunciar su presencia era invitar a que mis papás aparecieran montando un show: mi mamá con el zapato, mi papá con el insecticida y que ambos compitieran por cuál de sus métodos funcionaba mejor. Normalmente era el primero, pero ante eso mi papá no se rendía y seguía oprimiendo el botón del Raid «por si había más».Era horrible, pues me quedaba con el olor a «flit» por horas y a la fecha lo vomito.
Aprendí a observarlos de lejos, a seguirlos, y varias veces los capturé con un vaso para matarlos «más humanamente», guardándolos en alcohol, para después abrirlos con un cortauñas oxidado y ver «qué tenían adentro». Después empecé a sentir piedad por ellos y sólo los capturaba para sacarlos al jardín o al terreno baldío que había junto a mi casa.
Un día mi mamá encontró mis alacranes muertos en una caja de cristal. Se volvió loca dos minutos: «no te vayan a picar», «cuidado con tu hermana cuando andes jugando con esas cosas», etc. Después ya no me dijo nada y hasta me compró un diccionario de insectos para que aprendiera más.
Mi hermana les tenía terror, incluso ella pensaba que llamarlos por su nombre era un modo de atraerlos, ella sabía que esa técnica que ahora nos funciona con los ex-novios también servía para los alacranes, entonces decidió ponerles un apodo: «los cafecuernos».
Yo era una maldita hermana grande, en cada cuento que le contaba agregaba alacranes a la historia sólo para ver qué decía. Ella me acusaba de inmediato, y yo sólo escuchaba cómo mis papás de lejos me gritaban «Andrea, arregla ese cuento». Fin de la historia.
Después, un día le inventé que en el terreno de junto vivía una familia de «cafecuernos» de más de dos metros de altura: sí, Diana, allá viven unos alacranes tamaño elefante, pero no hacen nada, nunca vienen». A la fecha no me lo perdona.
Pasó el tiempo, poco a poco dejé de darle importancia al veneno de los alacranes para preocuparme por el de los humanos. Aunque a la fecha, a veces dibujo algunos en mi cuaderno, sólo porque sí. Ya no me fascinan como antes, incluso a veces me dan algo de nausea, miedo, asco, cosa… todo eso que me encantaba sentir de niña. Sin embargo, me siguen inspirando respeto, si veo pasar uno probablemente no lo mate, me detengo a verlo y lo saco con la escoba o con un vaso. Me intriga su caminar, al mismo tiempo rápido y pausado, van como si en la vida de todo les diera tiempo, supongo que llegan a su destino, si es que tienen uno.