Cada vez que aparece una pandemia en la Tierra surge de manera paralela una epidemia de estupidez. La primera se presenta mostrando características nuevas, la segunda siempre es igual, sólo que con una tasa de contagio mucho más alta.
Cuando la humanidad cayó en la casilla de la peste bubónica, estupidez pudo analizarse científicamente tomando muestras de todas las creencias y tonterías que aparecion alrededor de la enfermedad, como pensar que no bañarase era sano pues la capa de mugre que protegía al cuerpo impedía el contagio, o creer que todo era culpa de la población judía empezaba a hacerse notable en el pestilente negocio de la banca.
La fiebre de la pendejez humana se vio representada también por unos grupos de individuos, llamados flagelantes, quienes organizaban mega manifestaciones dónde los participantes lastimaban sus propios cuerpos, sin obedecer protocolos de distanciamiento social, con la finalidad de expiar sus pecados, los cuales seguramente eran los agentes infecciosos del problema sanitario de moda. Los flagelantes se encargaron, sin querer (ni pensar, obviamente) de contagiar a un montón de gente para después recetarle una elevada dosis de automadriza.
Esto se detuvo hasta que, después de varios años, los flagelantes fueron cancelados por el Papa Clemente VI, quien después de dar negativo en la prueba de estupidez, se encargó de prohibir su movimiento.
Otras personas decidían que la mejor forma de enfrentar la enfermedad era convertir la cuarentena en una peda eterna, pues obedeciendo la premisa de «si todos nos vamos a morir… Pues mejor morir bailando». El problema es que en estas fiestas también se contagiaban muchos y nadie se moría tan rápido (no tan solo) como para dejar de ser un foco de infección para quienes sí tenían el propósito de continuar con la vida.
La ventaja de la epidemia de estupidez en la Edad Media es que no se contagiaba tan rápido; si alguien estornudaba o decía una pendejada, ésta tardaría mucho tiempo en trasladarse de una ciudad a otra. A diferencia del miedo, las tonterías sí andaban en burro y no llegaban tan rápido.
Pasaron muchos siglos y la epidemia de estupidez volvió a presentarse siguiendo el mismo patrón, solo que con un potente factor de contagio llamado internet. Un ser humano vomitando estupidez tiene la capacidad de contagiar la infección a miles de personas en cuestión de segundos. No hace falta invertir mucho dinero en pruebas… Ya fue suficiente ver gente probando cloro o construyendo un cuarto extra para guardar papel higiénico como para requerir investigaciones más profundas.