Es la primera vez que escribo desde que mi papá se fue, y cuando digo que se fue es que se fue del mundo. El y yo hablábamos poco, normalmente los lunes, a veces los sábados. Casi siempre yo le marcaba, él sólo me hablaba para cosas de trabajo, veía su número y ya sabía que tendría que ponerme a estudiar, a trabajar o ambas cosas a la vez, sobre todo cuando necesitaba que lo ayudara a hacer una presentación sobre la historia del consumo de papa en México y cosas así de raras. A veces sólo me pedía que le convirtiera un archivo de keynote a Power Point porque me parece le preocupaba que jubilar a su computadora de la era mesozoica le saliera más caro que tenerla trabajando sin hacer nada.
Nunca entendí su devoción por el América y por López Obrador, él tenía su manera de ver las cosas muy diferente de la mía. Me enseñó los nombres de los colores pero nunca pudimos ver los mismos tonos. Cada quien tenía su mundo, y así estuvo bien; aprendí más de nuestros desacuerdos que de nuestras afinidades.
Vuelvo al principio. Se fue hace casi un mes y tenía casi un año completo de no verlo. Nuestro último encuentro fue una cita fugaz de no más de 40 minutos; juntos tomamos un café en la Colonia Roma antes de que me acompañara a dejarme a una comida de trabajo. A partir allí sólo llamadas y unas contadas cartas por e-mail. Después de la última que le mandé, el 23 de noviembre, no me había sentado a escribir nada, porque ni podía ni quería. Esto le dije y siento que me salgo de esta dimensión cada vez que lo leo. A veces uno se adelanta al presente sin saber qué está haciendo.
Papá,
Sé que extrañar es un insulto al presente, pero a veces no hay de otra; quisieras romperte para estar dos lugares o en dos tiempos, y lo peor es que lo haces (te rompes) pero sin llegar a nada. Por un lado quisiera estar contigo y ya no se puede. Intento hablarte y pocos momentos son prudentes. Te escucho cansado y fastidiado, y sé que lo único que está en mis manos hacer es vivir de la manera cómo me enseñaste: en paz, al lado de la persona que amo, haciendo las cosas que me hacen sentir que la vida es a propósito.
Como te conté, fui a un torneo el fin de semana, hice todo lo que necesitaba hacer, me desconecté del teléfono y de la gente que me quita energía (aunque no me guste decirlo). Pensé mucho en ti, quería ganar para mostrarte que estoy haciendo las cosas bien (a mis treinta años me sigue importando eso) y que estoy fuerte física y emocionalmente.
Ya peso más de 50 kilos y puedo donar sangre aunque no lo creas. Y si no estoy ahí para ir a hacer cola en el IMSS a las 7 de la mañana y me pregunten si tengo tatuajes en el estómago, estoy desde aquí tratando de donarte otra cosa, otra cosa que es lo mismo: vida, esfuerzo, alegría, movimiento, amor… eso es mi sangre.
Te veo pronto, Dios mediante.
Y entonces, sigo pensando que lo veré pronto (espero no tan pronto), Dios mediante.

Me ha conmovido mucho tu entrada, creo que tú papá, dónde quiera que se encuentre, ha podido escuchar tus palabras. Creo fielmente que tienes razón en eso de que un día, que ojalá no sea pronto, volverás a verlo… Yo también lo creo… Cuando alguien se va, se va definitivamente, me gusta pensar que hay un espacio en ese lugar llámese como se llame, en donde las almas de nuestros seres queridos aguardan, y en algún punto estás vuelven a encontrarse con las nuestras. Un abrazo grande desde Chihuahua.
Me gustaMe gusta
Hermana, al leer tu última carta, he vuelto a llorar por nuestra pérdida, nos queda hacer lo que nos enseño, vivir al máxiomo juno a la pareja que amamos,rompernos el lomo en pos de ella. Te agradezco la buena recepciuón que le diste a Verenice.
En la distancia amamos y respetamos a nuestro padre, y a mis ya 56 años, duele su partida como si tuviera tus 30. Recibe una brazo hermana, te quiero con el alma.
Me gustaMe gusta