Aprender a respetar procesos

Nunca entendí qué significaba eso de respetar los procesos. Cuando tenía 16 años quería que las cosas pasaran rápido, quería ganar partidos, torneos, quería competir internacionalmente, y además entrenaba mucho sin lograr las cosas que yo quería. A esa misma edad tuve que dejar mi academia de tenis porque mis papás no podían pagarla más y me conté a mí misma el cuento de que yo necesitaba algo diferente. Versión de la fábula de la zorra y las uvas reinventada.

Afortunadamente encontré un coach que pudo apoyarme y darme una beca en su academia. El problema es que él estaba como a dos horas de mi casa, no tenía automóvil y mis papás no podían llevarme a diario. Salía de la escuela a las 2 pm, a las 2:30 pm tenía que estar en la terminal para tomar el primer camión, a las 3:15 tenía que llegar puntualmente al crucero de Tejalpa en Jiutepec, Morelos para bajarme y tomar el tercer camión a las 3:00 pm para después caminar media hora más y llegar a las canchas de Las Fincas a las 4:00 pm. 

A veces mis papás me llevaban, en otras ocasiones la asistente de mi papá me acompañó. Pero en muchas ocasiones me fui sola. La condición para poder irme sin chaperón era que debía llevarme los  pants más feos que tuviera y me disfrazara de bolsa de papás. La razón que me daban a regañadientes: una niña de 16 años no debe andar dando tentaciones y menos en las carreteras de Morelos donde la delincuencia está a la orden del día. Muchas veces no pude llegar al entrenamiento: manifestaciones de normalistas en el camino, camiones descompuestos, mal clima, sustos, etcétera. 

Tenía un celular Nokia, el de la viborita, que servía para avisar a mi mamá cada paso que daba. A veces me sobraba cambio de los transportes y me alcanzaba para comprarme un helado en la Michoacana. En la noche salía de entrenar a las 7 pm, a veces mi papá regresaba de la Ciudad de México, hacía escala en Cuernavaca y pasaba por mí, otras veces no, y de vuelta la travesía de regreso. Casi siempre más larga porque parece ser que el transporte público se hace más lento con la luna, no sé por qué. 

Al regresar a casa hacía tarea, mucha tarea, después hacía tareas ajenas para conseguir dinero y pagar las inscripciones de los torneos. Mis días terminaban cuando tocaba empezar el siguiente. Después de esto sentía que sólo por pararme en la cancha merecía ganar, y me frustraba que eso no siempre pasara. Y las razones por las que no pasaba era que no respetaba los procesos y no me preparaba bien físicamente. 

No entendía que para lograr una cosa grande hay que hacer muchas pequeñas. Entonces me saltaba de la una a la otra porque pensaba que el camino se volvería más corto. Empecé a jugar los torneos ITF Junior, me iba mal, y pensaba que a lo mejor en los torneos profesionales me iría mejor. Me metía a jugar torneos de 10,000 dólares, los más chiquitos en ese entonces del tenis mundial, alguna que otra vez tenía suerte y lograba calificar al Main Draw, donde perdía en primera o a lo mucho segunda ronda. Entonces pensaba que a lo mejor en los 25,000 dólares me iría mejor. Falso. 

Nunca entendí qué significaba hacer las cosas en orden, tener una cosa bien hecha para pasar a la siguiente. Pensaba que él problema estaba en los demás y no en mí. Pero al mismo tiempo imaginaba que las cosas un día sucederían por arte de magia y no como resultado de un proceso. Mi mente ingenua creía que dentro de mí había una bomba atómica que en un momento explotaría, sólo hacía falta que llegara la oportunidad. 

Y las oportunidades llegaron en forma de apoyos y Wild Cards que no me sirvieron para lo que quería porque no estaba lista. Quería ganar por necesidad y perdía por obligación. Y cuando me encontraba teniendo buenas cosas que iban de acuerdo con mi proceso siempre las minimizaba y las veía como obligaciones o logros chafas. 

Ahora, 15 o 20 años después veo las cosas muy diferentes. Me doy cuenta de todas las cosas que me salté y no entendí, empezando por aprender a jugar tenis por diversión. Es algo que jamás hice para divertirme, sino porque me encantaba la adrenalina y la sensación de ganarle a alguien. Desde adolescente fue católica devota, y lo mejor que conocía en la vida era eso que se siente al persignarse después de ganar y pensar por un momento que al menos en algo, Dios ha estado de tu lado. 

Y sí, esto cambia mucho. Ahora que aprendí a jugar porque me gusta hacerlo y no por ganar, pienso más bien que Dios está de mi lado por el simple hecho de tener la oportunidad de estar jugando en lugar de estar trabajando en cualquier otra cosa. 

Me hubiera gustado entender a los 15 años que el tenis es un privilegio, aunque para algunas personas puede llegar a convertirse en un trabajo o en la puerta a otras oportunidades. También me hubiera gustado saber que los resultados son consecuencia de un proceso, no una recompensa ante el esfuerzo sin planeación. Y el esfuerzo solo vale la pena si se está amando plenamente lo que se hace y no por el deseo de ganar para demostrarlo a nadie más.

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