Cascada: el lugar donde fui feliz

El otro día leí un texto por ahí que dice que no hay que volver a aquellos lugares donde uno fue feliz porque muy probablemente ya no encontraremos lo mismo: los niños ya crecieron, las cosas ya se hicieron viejas, eso que amamos se fue, incluso nosotros ya cambiamos y no encajamos en las ruinas del ayer.

Y aunque no he ido, ahora me estoy encontrando con un lugar donde fui feliz. Todo sucedió sin querer y sin moverme de la computadora. Un cliente me encargó hacer un video de una casa en venta en la calle de Cascada, la calle en Cocoyoc donde mis papás me llevaron a vivir cuando tenía 5 años. Dice mi mamá que en cuanto terminamos de desempacar la mudanza le dije «gracias mami, por traerme a vivir aquí». Me aprendí mi nueva dirección con la misma ilusión que cuando me mudé con mi esposo casi 30 años después: Cascada 37 Sección Lago. Mi teléfono: 6-43-67. Cuando todavía marcar números era fácil y breve.

La razón de mi felicidad en la calle de Cascada no fue el aire puro, ni los terrenos baldíos, ni los patos, ni la escuela. Cascada fue el lugar que me presentó la libertad, allí por primera vez me sentí como un ser humano independiente con derecho a salir sola al lago y a casa de mi amigo Santiago. Antes de vivir ahí, en la Ciudad de México no tenía permiso de ir a ninguna parte, ni sola ni acompañada porque según se robaban a los niños y los vendían a familias millonarias o al chupacabras (¡tan lindos los años noventa!).

En Cascada salía de mi casa sólo diciéndole a mis papás que quería salir, tenía derecho de llegar a pie hasta el lago y hasta casa de la señora Marifer, una viejilla que vivía con una perra sin raza llamada Bartola y que nos mentaba la madre cada vez que pasaba por nuestro jardín porque nuestra perra pastor alemán Dana atacaba a su Bartola. El mayor enemigo de mi felicidad era el señor Juárez, el vecino metiche que una vez se atrevió a llamar a la policía acusando a mi madre de ser una desnaturalizada por dejarme salir sola.

Cascada fue la calle que me acompañó cuando mi mundo de 5 años se cayó. Entre sus arbustos y escondrijos busqué soluciones a mis problemas infantiles. Entre 1994 y 1995 pasaron muchas cosas que no entiendo aún bien como sucedieron todas juntas: el Error de Diciembre de 1994 que dejó a mi papá en la ruina, la maldita devaluación, la nana que me cuidaba renunció, mi mamá se embarazó de mi hermana, y además a mis papás se les ocurrió la idea de que debían adelantarme de grado escolar para tener algo que presumir en las comidas familiares. El requisito era que tenía que saber leer y escribir letra manuscrita para que me saltaran de Kínder 2 a Pre-primaria y no pasar por el tan temido Kínder 3. El problema fue que de ser la más aplicada, grande y rápida de mi salón, cuando me adelantaron me convertí en la más lenta y tonta, además de antisocial y amargada porque al parecer en ese nuevo grupo no encajé, o al menos no daba una.

Y ahora lo entiendo, no encajé porque quería estar sola, quería armar mi propio mundo con piezas de lego y cocinar pasteles de lodo, y la calle de Cascada me dio la soledad, el aire, que necesitaba. Y si no me equivoco, la soledad por elección se llama libertad.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.