Nunca dejé de escribir

Nunca he dejado de escribir. Uno de mis tres trabajos de medio tiempo es escribir publicidad y contenido. Escribo todos los días, unos en inglés, otros en español, corrijo, edito, traduzco, copio y pego. Sin embargo, recibí insistentemente el mensaje de que ya no había publicado en mi blog, y sí, dejé de subir entradas periódicamente en un largo tiempo. De vez en cuanto subía textos esporádicos que ni eran del día.

Lo que sucedió no es que estuviera más ocupada de lo normal, siempre he estado igual te atascada. Tampoco que hubiera caído en depresión o en una crisis inspiración. A veces pasa, pero no por más de dos años. Lo que realmente ocurrió es que estaba aburrida y no tenía interés en compartir semejante nivel de aburrimiento.

Escribir para mí tiene dos facetas: la primera es un negocio, un ingreso de supervivencia, siempre tengo víctimas que me encargan todo tipo de trabajitos: posts para el Facebook, discursos, pláticas de Ted Talks, entradas de blog, presentaciones de Power Point (sí, algunos clientes aún me piden power point), manuales de procesos y un montón de cosas más. La segunda faceta es completamente personal y si bien tiene un beneficio económico, este se limita a ahorrarme muchas sesiones de psicoterapia y a vender uno que otro libro que saco de vez en cuando.

En el día escribo para sobrevivir, para pagar la renta y las factura. En la noche escribo para realmente vivir. Escribo porque es la manera que conozco de mantenerme fuerte, de poner mis quejas acerca de la mugre del mundo, de agradecer lo que sucede y de comunicarme con todo aquello que es más grande que yo. Lo he dicho muchas veces: yo no sé rezar ni meditar, por eso escribo.

Entonces sucedió que abusé de este modo de expresión para superar problemas que me obligaron a romperme y construirme de nuevo. Escribí sobre el fallecimiento de mi padre, del luto y del duelo hasta que me aburrí de hacerlo una y otra vez. Publiqué algunos textos, aquellos que consideré de calidad suficiente para aportar algo más que condolencias atrasadas y gifs repetidos.

Lo último que quería es que la gente que cariñosamente me lee todo el tiempo se aburriera de mi proceso y se abstuvieran de comentar «ésta sigue con lo mismo» y en lugar de eso pusieran un sticker de oso con un corazón. De verdad que no interesaba eso, uno tiene derecho a ponerse el velo negro y a superar las cosas hasta que se le dé la gana pero siempre y cuando respete los niveles óptimos de buen humor en la vida.

Dejé el blog por respetarlos a ustedes y a mí. No me interesaba que mis entradas fueran un imán que los succionara a un mundo donde no tenían que estar. Pues aunque intenté muchas veces escribir de otra cosa, las buenas intenciones se manchaban de luto y de nostalgia abrumadora. Ahora espero no aburrirlos ni saturarlos, a quienes les gusten mis textos pueden comentarlos, compartirlos y robárselos; y quienes no tengan interés o simplemente no conecten conmigo, se les agradece su unfollow.

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